Macabro 2012 | ‘Orozco, el embalsamador’

La nobleza de un cruel oficio.

Nos hemos acostumbrado a la violencia, pero la violencia tiene un componente dinámico que en su fugacidad nos impide apreciar a detalle toda la víscera, sangre y demás entripado, dejándonos con la fugacidad del impacto. ¿Qué es lo que sucede cuando algo que es prácticamente silente, estático y hasta cierto punto monótono resulta aún más impactante que la escena de violencia más hiperactiva de una cinta de Tarantino, Scorsese, Miike o Sono? Estamos ante la exposición de violencia más gráfica que el ser humano podría imaginar, sustituyendo el artificio y una elegantemente coreografiada danza letal por el naturalismo y el sutil salvajismo de un bisturí diseccionando un cadáver.

“Oye…te falta el Pritt y la diamantina, ¿no?”

En Orozco, el embalsamador, cinta de procedencia colombiana dirigida por el documentalista y fotógrafo de nota roja japonés Tsurisaki Klyotaka, somos sumergidos en el mundo de Froilan Orozco, un embalsamador colombiano que hace de su inusual oficio algo tan trivial como bolear unos zapatos o picar unas jícamas. Orozco nos presenta con lujo de detalle los instrumentos y técnicas de su oficio, el que de manera gradual se va convirtiendo en uno de vital importancia, dado el incremento de muertos no sólo en países regidos por cárteles del narcotráfico como Colombia o México, sino a nivel mundial en países de economías tercermundistas.

“Mándensela a Lupita Jones.”

El desfile de cadáveres en diversos estados de descomposición, el profundo conocimiento del oficio por parte de Frollan, así como su profunda parsimonia al momento de rellenar con algodón, limpiar vísceras y partir cráneos nos llena de una fortísima inseguridad e inestabilidad como espectador. Somos forzados a mirar con naturalidad la manipulación de cadáveres reales en situaciones desprovistas de la estilización del cine de estudio. Aunque obviamente Klyotaka no tenía en mente un comentario social sobre el desempeño del embalsamador ni del estado en descomposición de la sociedad occidental, la explotación de un tema tan delicada incita a una profunda discusión de un oficio del cual preferiríamos conocer lo menos posible.

La Brutal Dignidad.

Orozco… toma como referente inmediato la obra maestra experimental del cineasta y téorico norteamericano Stan Brakhage, The Act of Seeing with one´s own eyes de 1971 en el que sin necesidad de audio y apoyándose únicamente en la potencia de cuerpos en estado de descomposición siendo abiertos estamos expuestos ante la degradación física en toda su plenitud. Se podría decir que lo Brakhage hizo, y continúa haciendo con un inmenso legado artístico en el cine experimental, es tratar abiertamente la cuestión de los hábitos del espectador, la creación de imágenes y cómo el cine puede ser utilizado de manera indiscriminada para expresar profundamente personales puntos de vista sobre el arte y la vida misma, de la misma manera que Espinoza Paz y sus canciones.

Aunque resulta a todas luces obvio que la finalidad del documental es la de asombrar y su función es meramente explotativa, no se puede negar el poder de las imágenes, que causarían la envidia hasta de los fotógrafos mas consagrados de La Prensa y del Alarma! y que resultan en un macabro entretenimiento que encuentra en el morbo el horror de lo cotidiano, la quietud de la violencia más gráfica y el humor en la más pesada seriedad: la de la muerte.

“Mañana hay buche señores…”

Por JJ Negrete (@jjnegretec)

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