‘Los reyes del pueblo que no existe’ y las visiones del apocalipsis

Las primeras tomas de Los reyes del pueblo que no existe (2015) nos muestran un pueblo inundado, agua rebasando banquetas y casas, un vasto cuerpo acuático que todo lo cubre. Junto al líquido hay unas cuantas personas, almas en pena haciendo las tareas más mundanas. La cámara nos deja ver una rutina impuesta, años sin cambios o sucesos inesperados. Como buenos mexicanos, los habitantes de San Marcos, en Sinaloa, han aceptado su destino y le ponen buena cara.

En su debut documental, Betzabé García (egresada del CUEC), nos muestra un lugar cercano y, al mismo tiempo, con aura del fin del mundo. La Biblia tal vez esté llena de condenas, dragones, flamas y el regreso del mesías, pero es el tedio el mayor de nuestros castigos, como los hombres castigados del cuento ‘La trompeta del juicio Final’ de Isaac Asimov. Aquí parece no pasar nada y así es.

Sin embargo es en esa cotidianeidad donde Betzabé encuentra la razón de su documental. Estos hombres y mujeres están enraizados a la tierra donde viven, dejarla sería inconcebible por eso mismo. Como esa máquina de hacer tortillas funcionando en un pueblo donde sólo tres familias la necesitan. La vaca que se quedó varada a mitad de islote, incapaz de escapar de su pequeño pedazo de pasto rodeado por el agua. O ese habitante de San Marcos que remodela/reconstruye todo el pueblo durante los seis meses que el líquido retrocede, a pesar de que no hay forma de evitar el regreso de la marea.

Hay en Los reyes del pueblo que no existe un retrato del mexicano que pone buena cara al desastre. Si Dios así lo quiso, para qué contradecirlo. Al mal tiempo buena cara, decían los abuelos y, quizá sin expresarlo, los protagonistas del documental lo hacen extensivo. Pareciera haber algo en nuestra naturaleza, dentro de nuestro ADN, que nos permite encontrar el optimismo aun en las peores situaciones. Así sea una presa que inundó todo el pueblo donde vives o un mal presidente, el aguante puede abarcarlo todo.

Los reyes del pueblo que no existe viven en un lugar imaginario y al mismo tiempo concreto. Tal vez de verdad la vida, el tiempo, el gobierno, el país les haya quitado todo, no obstante parecen ser dueños de ellos mismos. ¿Quién podría decir que no son libres?

Por Rafael Paz (@pazespa)
Publicado originalmente en Forbes México Digital.

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