Tras su paso en la décimo primera edición del Festival Internacional de Cine UNAM (FICUNAM), el documental Los Plebes (2021), dirigido por Eduardo Giralt y Emmanuel Massu, llegará a la programación de la Cineteca Nacional el próximo 28 de abril.

La película tiene como protagonistas a “un grupo de jóvenes sicarios millennials vaga por Sinaloa mientras tratan de hacer frente a su crecimiento, su trabajo y sus deseos para el futuro. Esta es una película sobre adolescentes nacidos en el lugar equivocado, en el momento equivocado y en las circunstancias sociales equivocadas”, como detalla su sinopsis oficial.

En entrevista, los realizadores abordaron los retos respecto de su acercamiento al mundo del narcotráfico, la reciente ola de material audiovisual sobre el tema y las dificultades de mostrar el lado humano de los jóvenes sicarios.

Butaca Ancha (BA): ¿Cómo inició el proyecto?

Eduardo Giralt (EG): Me contrataron en una producción para buscar actores en Sinaloa. Entonces, le comenté a una amiga periodista que hace mucho para The Guardian sobre narcotráfico que iba para allá, me dijo que me tenía que poner en contacto con Emanuel. Lo contacté, nos encontramos y me pidió hacer el casting también, porque Emanuel es medianamente narcisista (risas).

Nos pusimos a peinar muchos ejidos, sindicaturas a las afueras de Yucatán. Casteamos como a 200 chavos, de esos unos 10 o 15 trabajaban para un cártel. Esos morros eran los mejores, eran quienes traían más energía y una creatividad cabronsisima. Quedamos impresionados. Empecé a hablar con Emmanuel de porqué nadie había retratado ese lado más trivial, banal de la adolescencia o juventud cuando eres parte de un cártel. ¿Qué hacen en su tiempo libre? ¿Cómo se relacionan con sus novias? Cosas que vimos mientras trabajamos ahí.

Terminamos el trabajo, me comunico con el productor y los directores para que nos paguen. No aparecían por ningún lado, quedamos un poco a la deriva hasta que una de sus secretarías me escribió que estaban en Beverly Hills esperando reunirse con Salma Hayek. ¿Qué carajo hacemos acá buscando muchachos del rancho y esos cabrones están allá? No tenía nada que ver.

Regresé a la Ciudad de México a entregar el material que grabamos, su oficina estaba vacía, sin nada. Gente poco seria. Ahí se me ocurrió (el documental) porque Emmanuel y yo teníamos una curiosidad muy similar, tenemos el acceso a los chavos. ¡Hagamos la película nosotros! Tardamos dos semanas en conseguir dos iphone y algo de dinero para pagar la comida, porque si tardas más se genera desconfianza en los muchachos.

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BA: En tu caso Emmanuel, compartes contexto con estos muchachos. ¿Cómo fue crecer en medio de la violencia?

Emmanuel Massu (EM): Ser de acá nos abrió muchas puertas. Entiendes la jerga, la manera en que se comportan diario. Yo he perdido amigos, he cargado sus cajones. Hemos estado juntos en la escuela desde la primaria, sus vidas terminaron antes que la mía. Es un contexto de familias y generaciones, familiares que vienen con rango al interior de la organización. Otros, viven en una precariedad que enseña a cobijarte en la organización.

Es una confrontación de realidad, viví lo mismo que ellos, mi barrio tiene mucha opulencia de la organización. Poder tener otras decisiones y opciones de vida, dejar amigos atrás, es algo que intentamos retratar en Los Plebes. Es el reflejo de un ser interior mío, yo crecí en esto pero tuve la manera de decidir hacer otras cosas. Fue revelador. Esperamos mostrar esa humanización.

BA: Justo el documental intenta retratar la humanidad de estos muchachos, su intimidad. Sucede poco en las noticias.

EM: En las últimas décadas, ha habido muchos filmes, imágenes en nuestras pantallas de cómo es el narcotráfico. Eso nos ha llevado a normalizar que todos son psicópatas o millonarios. Líderes y superhéroes. La película retrata esa parte que no genera morbo, lo que no genera odio a los personajes.

A raíz de todo esto, ¿cuántos no odian lo que hace otro humano orillado por su situación? No es excusa, ni puntos de ventaja. El crimen ha dejado miles y miles de víctimas, pero no se habla del lado gubernamental. Podríamos debatir todo el día sobre eso, lo más real es lo que se ve en Los Plebes, eso es lo real: plebes que aunque tienen la cara dura y su pechera no la atraviesan las balas, tienen la emoción de abrazar un perro, sentir un afecto a las personas que los rodean, una mujer o lo bonito del cielo al atardecer. Esta sistematización del narcotráfico nos ha llevado a decir “todo es psicopatía o dinero y poder”.

BA: Imagino que filmar con celulares fue una decisión práctica, no es tan evidente dentro de la comunidad.

EG: Nos permitió llegar rápido a intimar con los chavos, les permitió abrirse más rápidamente. Con una cámara más grande se hubieran intimidado, estarían fuera de lugar. Estos narcollenials están acostumbrados al celular, lo tienen todo el tiempo. Fue una gran ventaja, con cámaras habría tomado más tiempo que se olvidaran del lente.

BA: ¿Qué distingue a su documental de otros trabajos sobre el narcotráfico?

EG: No creo que el cine pueda cambiar el mundo, pero sí puede hacer mucho daño. Es el caso de mucha de la filmografía producida sobre el tema acá o en el extranjero, como lo fue Cartel Land (2015) o Narcocultura (2013). Esos directores eran gringos y vinieron a hacer lo que se les pegó la gana, con muy poca responsabilidad y en complicidad de la producción local. Heli (2013), Miss Bala (2011), El Infierno (2010) también son responsables. Hay también películas muy honestas e importantes como La libertad del diablo (2017) o El velador (2011).

Nuestra búsqueda partió de contrarrestar lo que se ha mostrado de manera irresponsable o simplista. Es una película que no es perfecta, pero es única por el acceso que tuvimos y cómo lo filmamos. Sinaloa está llena de gringos filmando, me da mucha risa. La raza cineasta de acá vive en una Torre de Marfil muy cabrona, piensan que lo que hicimos fue cómo filmar en Corea del Norte. Pero si vas a Sinaloa está lleno de gringos filmando, el gringo con más cara de bobo está filmando narcos. ¿Qué filman? Las armas, las cocinas de cristal, todo lo que genera morbo.

El acceso se puede tener, pero decidir filmar como lo hicimos nosotros: nadie lo había hecho.

BA: Ustedes buscan entenderlos, mostrar las dinámicas que los envuelven. ¿Cómo terminó La Vagancia siento el protagonista del documental?

EM: Es un plebe con mucho carisma, inteligencia y metodología. No es muy disciplinado, pero es muy objetivo y análitico. Dejaba que pasaran unos segundos de lo que pensaba a lo que iba a decir, se esperaba a saber qué iba a decir realmente. No teníamos un guión como tal, solo un guión objetivo nada más, lo desarrollamos conforme avanzó la película. Cada personaje puso su guión.

Fue un proceso fascinante para ellos, el protagonista le dijo una vez a Eduardo: Yo soy la película.

BA: Hay un trabajo estético en el rostro de los personajes, ¿cómo desarrollaron “las máscaras”?

EG: Fue de las cosas más difíciles de la película. Concebir los rostros era uno de los retos a superar. Se ha filmado tanto y siempre de la misma manera: una máscara física o un blur súper genérico de periodista. Buscamos algo más original.

Al empezar a filmar no lo teníamos claro. Le dijimos a los chavos que no confiaran en nosotros, que haríamos todo en post. Es mucho pedirles eso porque mucho cabrón extranjero ha llegado diciendo que los va a tapar y no lo hacen.

Ellos confiaron en nosotros y todo el tiempo pensamos en qué íbamos a hacer para que no luciera aburrido o periodístico, además de estar en sintonía con lo que contamos. Pensamos en disfrazar a los morros, les preguntamos cuál era su figura pop favorita. Contratamos a una maquilladora, pero todos querían ser Al Capone. Todos.

EM: Estaba muy disruptivo, pudo estar muy bien. Todos iguales y verlos caminando juntos.

EG: Después imprimimos una cara de render sobre una máscara de lycra. Era una cara genérica, se la pusimos a todos y filmamos con eso, pero no nos sirvió. Tampoco funcionó con tapabocas negros. Entonces en la post pensamos en un fotógrafo que me gusta mucho y Emmanuel ha trabajado con él: Jim Goldberg, interviene sus fotos y las “dibuja”. También hay un pintor que se llama John Baldessari, él le pone a sus figuras puntos rojos o colores primarios. Tenía que ir por ahí pero estar relacionado con nuestro contexto tecnológico.

Tenía que ser una máscara tipo filtro de Instagram, más a la medida y elegante. Que fuera bonito al verlo. Probamos muchas máscaras y ésta fue la más interesante, porque necesitábamos algo que aguantara 75 minutos, no es un reportaje. Una máscara que te permita empatizar y que fuera un rostro. Cada quien ve un rostro diferente.

Por Rafael Paz (@pazespa)
Publicado originalmente en Gaceta UNAM.

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