Lo importante es saber contar la historia

Las historias de superación personal no son nuevas en el mundo del cine, menos lo son aquellas donde un profesor de procedimientos “extraños” llega para cambiarle la vida a sus alumnos, recordemos La sociedad de los poetas muertos (Peter Weir, 1989), Mentes Peligrosas (John N. Smith, 1995) o Con ganas de triunfar (Ramón Menéndez, 1988).

Con estos antecedentes suena arriesgado llevar este tema a la pantalla grande y más aun fuera de los Estados Unidos, donde les encanta eso del triunfo del espíritu, pero Christophe Barratier (París 36) logra con Los Coristas (2004) una mirada fresca y divertida de un relato ya muchas veces contado.

La cinta comienza con una llamada telefónica para Pierre Morhange –interpretado en su niñez por Jean-Baptiste Maunier, quien recuerda a un joven Jean Paul Belmondo- y la visita de un viejo conocido, estos dos momentos nos remontaran a la niñez de Pierre en un orfanato a las afueras de París.

Es en el orfelinato donde conoció a Clément Mathieu (Gérard Jugnot), quien llega al lugar para cambiar la vida de todos los habitantes a través de la música y el canto.

Hasta este momento el filme no ofrece nada nuevo, pero es el uso de los personajes por parte del director y guionista, Barratier, lo que hace de Los Coristas un largometraje altamente disfrutable. Cada uno de los histriones dota a su actuación de momentos entrañables, aunque sin lograr grandes matices –hay un maniqueísmo latente-, quizá la única figura con matices verdaderamente interesantes sea Mondain (Grégory Gatignol), quien es dejado en el hospicio después de que en el psiquiátrico determinan que su comportamiento es más parecido al de los animales que al de los seres humanos.

En ciertos momentos el realizador demuestra que es un hombre con talento, no cae en la tentación hollywoodense de terminar con un “y vivieron felices para siempre”, pocos de los personajes encontrarán redención, inclusive el profesor que le cambia la vida a sus alumnos está condicionado a repetir el patrón toda su vida y cuando se insinúa que podría encontrar amor y cariño, el destino lo le arrebata ese oportunidad –el detalle de la silla en el restaurante es soberbio.

Otro de los grandes aciertos en Los Coristas es la música a cargo de Bruno Coulais –conocido por su trabajo en Los ríos de color purpura (2000) y más recientemente en Coraline (2009).

El score comienza como un acompañamiento de cuerdas y alientos, nada del otro mundo, pero conforme los niños introducen el canto en sus vidas, nuestro oído los acompaña en ese crecimiento haciendo que la empatía en pantalla aumente con el paso de los minutos.

Los Coristas es una buena demostración de que no importa cuántas veces se haya visto una historia sino de que hay que saber cómo contarla.

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