Los Cabos | ‘Boyhood’: La vida ante los ojos

Seguramente ya han escuchado la historia de Boyhood – Momentos de vida (2014). El esfuerzo de Richard Linklater donde filma la vida de un niño durante doce años y los comprime en una película de tres horas. Habrán de saber que, así con el simple hecho de haberlo logrado, se le debe considerar como una película importante. Una que comparte la misma importancia de la trilogía Before (Sunrise, Sunset, Midnight) del mismo Linklater, la serie documental Up de Michael Apted o las películas de Harry Potter. En ellas vemos el tiempo pasar frente a nuestros ojos. Sin embargo, Boyhood sobresale de entre los otros ejemplos por hacerlo en una sola sentada. No se crece viéndola, sino que se le ve creciendo.

No obstante, esa no debería ser la virtud más importante de la película. Linklater es uno de los directores más prolíficos y versátiles actualmente. Su filmografía tiene prácticamente algo de todo: comedia (School Of Rock), amor (Before), rebeldía (Dazed & Confused), parodia (Me And Orson Welles), adolescencia (Slacker) y de muchas cosas más. Boyhood comenzó a filmarse en 2002, cuando Linklater  se encontraba a la mitad de su carrera. La película también sirve para situarse en el crecimiento y desarrollo de su creador como cineasta, no sólo de sus actores en pantalla.

Se trata de una cinta que corre frente a nosotros. Ante nuestros ojos, oídos y recuerdos. Linklater es un detallista. Aquí la vida pasa por todos lados: por el rostro de Mason Jr. (el increíble Ellar Coltrane), los matrimonios fallidos en serie de Olivia (Patricia Arquette), la personalidad volátil de Samantha (Lorelei, hija de Linklater), la maduración mental de Mason Sr. (Ethan Hawke) y su lenguaje y maneras de expresarlo.

Pero también pasa por el estado político, social y cultural del lugar en donde se encuentran, por su cultura, sus formas de entretenimiento y de consumo. En pantalla los personajes se desarrollan a la par de todo ello, en la butaca los espectadores recuerdan con nostalgia. Del Parachutes de Coldplay a The Suburbs de Arcade Fire, Boyhood es un buen lugar de documentación de una década post-terrorista con hambre de evolucionar.

Dicen varios críticos –Mike D’Angelo, Noel Murray y Vicente Molina Fox– que la película pudo haberse llamado Girlhood, debido a que retrata también de manera indirecta el crecimiento de Samantha, la hermana del protagonista principal e hija de Linklater en la vida real. Y puede ser que tengan algo de razón, innegablemente. Sin embargo, la película es mucho más que eso. Si habría que ponerle algún otro nombre derivado de lo que ahí se plasma sería más bien referente a un todo, no a un concepto en específico.

Boyhood es un recorrido por la vida misma en un determinado periodo de tiempo. Nada queda estático porque todo interactúa de una forma natural. El protagonista principal es el conjunto de hechos que ahí suceden. Es la vida y las personas que la tienen. Personas que a veces ríen y a veces lloran, que aman y que odian. Las personas son defectuosas por naturaleza y con tan sólo destellos de felicidad efímeros que ocultan esas deformidades. La gente viene y se va, cambia de rostro, de ropa, de amigos, de parejas, de gustos y de forma de pensar, pero siempre será la misma en sus defectos. Richard Linklater nos lo recuerda en Boyhood con una belleza que hace pensar por momentos que, en una de esas, la gente no es tan mala como uno pudiera imaginar.

Por Joan Escutia (@JoanTDO)

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