Por JJ Negrete (@jjnegretec)
Si hay algo que hemos aprendido de John Hugues, Mark Waters o Fernando Sariñana es que la adolescencia es el camino tortuoso que nos lleva a través de un valle de estereotipos sociales en el cual debemos forjar una identidad tan única y ‘especial’ (ponerse sombreros no cuenta, chavos) que nos permita sobrevivir e incluso sobresalir en esta tenebrosa jungla de hormonas y fluidos o simplemente permanecer estampado en la mirada, observando con parsimonia y quietud el salvaje duelo desde una pared y evitar ser salpicado. Ésta es la historia de Charlie (Logan Lerman), quien con sus rasgos de roedor doméstico y una traumática historia por detrás se cuela al mundo de los ‘niños grandes’, cuya experiencia con la vida no es más amplia ni profunda que la de este estampado freshman.
La historia del novelista Stephen Chbosky, quien a la Orson Welles se aventó el libro, la adaptación y la dirección de la cinta, logra un retrato de la adolescencia que encuentra su frescura en un casting endemoniadamente afortunado y pequeños arreglos originales a una historia ampliamente conocida y familiar para la audiencia que consume historias de adolescentes. Un empaque que empuja los lugares comunes del cine independiente con un ligero glaseado visual que acentúa la nostalgia, elemento clave de este tipo de historias.
Las ventajas de ser invisible presenta todas las peripecias de un típico adolescente traumatizado por creerse responsable de la muerte de su tía mientras vive a la sombra de sus hermanos y padece de una enfermedad mental que le provoca furtivos apagones que lo hacen sumamente violento, y no, no es hormonal ni es ‘la punzada’. El personaje bordado por Logan Lerman llena un papel bien construido que excede el estereotipo del soso virgen.
La cinta sortea con elegancia cada uno de los obstáculos lanzados por las expectativas de la audiencia respecto a su condición adolescente, principalmente a un trabajo y ensamble actoral sumamente sólido, en el que destacan Emma Watson y Ezra Miller como los hermanos Sam y Patrick, un par de disfuncionales adultos jóvenes que encuentran en Charlie un vehículo perfecto para reconstruir su identidad y tomar perspectiva de sus propias vidas. De antología resulta el homenaje a ese hito cultural del underground norteamericano conocido como El Show de Terror de Rocky (1975) en el que Ezra Miller con corsé y tacón homenajea al personaje clásico de Tim Curry. Al parecer ya lo están buscando los productores de Mary Poppins para el papel principal.
Lo que Chbosky entiende, a diferencia de otras cintas, es que la adolescencia es más que un cúmulo de experiencias sexuales y altibajos hormonales y lleva a un nivel mucho más profundo las necesidades y ansiedades que son propias de esta lucrativa etapa. Además lo hace sin miedo a explorar la disfunción mental del adolescente así como la diversidad sexual que muchas otras cintas se han empeñado en negar o ridiculizar, demostrando que la adolescencia es algo más sustancial que empapar pantaletas por Crepúsculo o entiesar sabanas por Kim Kardashian.
La película explota con obviedad los paradigmas del género ‘indie quirky’ que ha sido tan rentable utilizando infinitamente a los Smiths en la banda sonora, haciendo referencias literarias y cinematográficas de manera indiscriminada. Sin embargo, dentro de sus artificiales valores de producción, Chbosky rescata a través de diálogos ingeniosos y un inesperado lado oscuro una cinta con matices emocionales diversos, visualmente atractiva, a veces incómodamente atinada y emocionalmente sincera, Las ventajas de ser invisible es una película que, al igual que sus protagonistas, atraviesa un largo y excitante túnel al ritmo de una canción de David Bowie, un breve recorrido, pero torrencial en frescura y pasión.