Ocho años de trabajo. Cuatro países financiando. Cincuenta libros para la investigación.  Tan sólo dos horas para tirarlo todo a la basura.

Hace casi un año, en el Festival Internacional de Morelia, se estrenaba el largometraje El baile de San Juan (2010).  Por motivo del sonado bicentenario, el gobierno mexicano había decidido dar apoyo a las producciones relacionadas al orgullo nacional, y una ambiciosa historia desarrollada a finales de la época colonial sonaba perfecta para celebración de nuestra independencia.

La película nos narra la historia de un joven bailarín, relativamente bien situado entre la aristocracia, que al descubrirse mestizo, se ve enfrentado a una serie de desgracias y cambios radicales. Aferrándose a su lado indígena y enfrentando ambas culturas, perderá no sólo su carrera y sus seres queridos, sino hasta la propia vida. (Debo de aclarar que esta sinopsis cuenta la parte comprensible de la película, puesto que el resto –que es bastante– realmente es un collage de ideas que sólo puedo definir como pobres o mal desarrolladas).

Francisco Athié nos presenta una película que indiscutiblemente tiene dos caras: El fantástico aspecto técnico que nos permite disfrutar visualmente de cada escena; y el terrible guión que nos obliga a olvidar las virtudes del proyecto. Lo frustrante es que la ilusión que construye la imagen es en verdad grande, esperanzadora, pero pronto nos sentimos timados por el texto.

El baile de San Juan es una de las pocas películas de época que se han producido recientemente, y eso no es poca cosa. Escasas relatos se ambientan ya en ese período y aún menos dedican tanto esfuerzo en cumplir con los requerimientos históricos, al reconstruir edificios, calles e interiores. Eso es una de las cualidades que debe reconocérsele al filme.

Entre las otras cualidades, se encuentra sin lugar a dudas, la fotografía. Conservadora, pero certera, la cámara de Ramón F. Suárez nos conduce suavemente por los variados escenarios de la película, haciendo un muy buen trabajo estético y resaltando la belleza lograda por el departamento de arte.  Repito, visualmente es una película muy bien hecha, planeada y cuidada. El problema viene al mirar un poco más profundamente.

La balanza parece entonces apuntar a que es una buena película, sin duda uno pensaría que tanto empeño en todo este lado de la moneda significaría un equivalente esfuerzo en el otro, pero no es así. Para empezar, Athié divide la película en “actos”, lo cual nos hace dudar desde un principio si lo que veremos será una suerte de obra de teatro. Afortunadamente no lo es, pero desafortunadamente para el director y guionista, que no lo sea quiere decir que la premisa de la película es fallida e innecesaria (la división de actos ni siquiera se usa para el beneficio del ritmo del relato).

Después de ese ominoso inicio, los problemas se van haciendo más y más grandes. Los personajes se van amontonando, las líneas narrativas se acumulan sin mucho sentido y los nudos de la película se vuelven cada vez menos comprensibles. Lo que al principio es una historia de amor, se vuelve un viaje espiritual y termina siendo una ¿denuncia al abuso de los derechos indígenas?… La confusión es lo único que nos queda claro.

Al intentar tocar tantos temas y tantas situaciones (la aristocracia, el clero, la política, el romance, las castas, la inquisición, etc.), lo más importante queda tratado a medias. Los personajes se mantienen en un nivel muy superficial: puesto que la narración no es congruente, ellos tampoco pueden serlo. Pronto el protagonista, antes asqueado por sus orígenes mestizos, sin mucha explicación se vuelve devoto seguidor de las deidades aztecas, y su interés amoroso, que parecía ser el motor de la película, se le olvida por completo.

Otro de los problemas que acarrea esta falta de coherencia es que varias veces, entre las ya confusas secuencias, meten escenas que son absolutamente gratuitas y dañinas para el ritmo que trata de mantener el resto del filme. Ejemplo perfecto de esto son los desnudos de Arielle Dombasle y Cassandra Ciangherotti, cuya función comercial es tan obvia, que se vuelven absurdos y risibles.

Estas son las dos caras que nos muestra Francisco Athié. Tristemente la cara negativa domina la película puesto que no nos es posible disfrutar la cima de algo con una base tan endeble. Es sorprendente saber que Francia, Alemania, España y México participaron en la financiación; que tomó tres años terminar el guión; que se hizo una investigación seria, y que se logró un producto que en aspectos técnicos es tan respetable, sólo para verlo girar en el aire, y convertirse en lo que tenemos en la pantalla.

Por M. Rodríguez Alcocer (@RennoirAlcocer)

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