Laberinto Yo’eme, la lucha para no desaparecer

Iluminado por la luz de una fogata, un habitante del pueblo yo’eme recuerda una antigua leyenda de su tribu. En ella, una vieja sabia les transmite el mensaje de la naturaleza y les advierte que en el futuro vendrán hombres de afuera a imponerles sus costumbres.

Lo siguiente que muestra Sergi Pedro Ros, en su documental Laberinto Yo’eme (2019), es el suelo erosionado, las grietas expuestas al sol inclemente y unos zapatos desgastados que las caminan. Se trata de todo lo que queda de un río que alguna vez existió. Hace siglos, a orillas del Río Yaqui, se asentó el pueblo yo’eme; bendecidos por su ubicación, construyeron su identidad y costumbres en relación a la naturaleza y sus recursos, pero en la actualidad, hace tiempo que el agua les falta.

Desde 2010, el gobierno de Sonora desvía ilegalmente 75 millones de metros cúbicos de agua de su río al año, situación que ha provocado escasez, además de llevarlos a sufrir de manera cotidiana desapariciones y amenazas del gobierno y diversos grupos delictivos para evitar que sigan defendiendo sus tierras. Tan sólo por esa labor, su existencia se ha vuelto un acto de supervivencia.

La manera de filmar los testimonios de los yaquis alude, en distintos niveles, a las dificultades por las que atraviesan: los protagonistas caminan entre el polvo, casi a contraviento, y en lugares desérticos cuentan la forma en que los amedrentan las autoridades, ya sea con una balacera, siguiéndoles cuando caminan a casa o, quizá las más sutil pero igual de terrible, poniéndoles drogas a su alcance para generar un clima de adicción y, de esta manera, asegurar que a largo plazo las generaciones más jóvenes olivden defender la tierra.

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Sin embargo, la defensa de su hogar va más allá de reclamar sus recursos. Para un yo’eme defender su hogar es también una forma de honrar a sus antepasados, de continuar el legado que les dejaron los más viejos. Como los antiguos guerreros de su tribu, aprendieron a usar las armas y se antepusieron ante una fuerza que amenaza con desaparecerlos.

Entre juntas en el pueblo anunciando los planes para continuar la defensa, las visitas al panteón o casas que lucen abandonadas, el director siempre regresa a los planos abiertos del río seco. Uno de los yaquis menciona que su territorio es como un laberinto: un desierto sin muros, de caminos infinitos, Sergi Pedro Ros comprende esa sensación y la transmite al filmar ese terreno yermo, que sólo es un poco más soportable cuando cae el atardecer.

Su cámara también presta atención al suelo que, a falta de agua, luce agrietado, quizá como el mismo pueblo. Los ríos unen, generan comunidad, la nutren; cuando estos faltan, la comunidad se fracciona. “Un río que llevaba vida, ahora es un río muerto”, menciona uno de los defensores y en contraste, el documental muestra un lago rodeado de acueductos, controlado por el gobierno, que ahora los yaquis visitan como extraños.

A diferencia de otras latitudes del país, su lucha no es contra el crimen organizado, sino contra la autoridad y las grandes empresas. Dispuestos a hacerle frente, los yaquis se muestran firmes frente a la cámara, organizados muestran sus armas. Como uno de ellos reflexiona, no habrá paz hasta no encontrar la salida de ese laberinto.

Por Grecia Juárez (@grecia_odarez)