La violenta y sorpresiva irrupción de Quentin Tarantino

La película abre con varios hombres reunidos en una cafetería, quienes mantienen una despreocupada e informal charla entre machínes sobre las implicaciones sexuales del tema Like a Virgin de Madonna. Sin embargo, nada es lo que parece ser en una primera instancia, ya que la amistosa charla entre parnas no es tal: estos hombres son en realidad criminales profesionales que apenas se conocen entre sí y quienes son contratados por el viejo gangster Joe Cabot (Lawrence Tierney) y su hijo, Nice Guy Eddie (Chris Penn), para cometer un asalto.

Cabot y su hijo Eddie no ocultan sus nombres ni quienes son, siendo los únicos en conocer la verdadera identidad del resto de la banda, la cual es obligada a esconderse bajo nombres de colores: el Sr. Naranja (Tim Roth), el Sr. Blanco (Harvey Keitel), el Sr. Rosa (Steve Buscemi), el Sr. Rubio (Michael Madsen), el Sr. Café (Quentin Tarantino) y el Sr. Azul (Edward Bunker).

El grupo adquiere rasgos distintivos desde la primera secuencia tanto por sus palabras, como, posteriormente, por sus acciones. Los malhechores han preparado minuciosamente el robo a un almacén de diamantes, pero la policía hace una repentina e inesperada aparición en el justo instante del atraco y el asunto se sale de control, convirtiéndo el aparentemente fácil y rápido “trabajito”en una verdadera masacre.

El choque entre policías y ladrones tiene como resultado la muerte de algunos agentes del orden, empleados del establecimiento y también la del Sr. Azul y del Sr. Cafe, lo que hace sospechar a los criminales sobrevivientes que existe un traidor infiltrado entre ellos.

Reunidos a puerta cerrada en un viejo almacén abandonado, los supervivientes tratarán de identificar al culpable.

Hablar del cine de Quentin Tarantino puede suponer, la más de las veces, una tarea riesgosa. Y esto se debe a que las reacciones generadas por las películas de este joven director (nacido en Knoxville, Tennessee, en 1963) suelen dividir a las audiencias desde el año de 1991, fecha en la cual hizo su debut industrial con su cinta Perros de Reserva (Reservoir Dogs).

Las opiniones se dividen entre aquellos que le consideran apenas un mero artesano hollywoodense, poco original en sus planteamientos, quien desde el estreno de su opera prima y especialmente, desde el triunfo de su siguiente película, Pulp Fiction (1994), en la edición del Festival de Cannes de ese mismo año, no ha hecho otra cosa que solazarse en el mito creado alrededor de él, valiendose de, y aplicando en sus filmes, lo absorbido durante años de ejercer una cinefilia chafa y, en algunos casos, poniendo en práctica tácticas fraudulentas como robarse ideas de otros guiones o películas ajenas, haciendo pasar los argumentos de aquellas como propios sin ningún miramiento.

Pero tenemos el otro lado de la moneda; para muchos otros (hay que decirlo, una cantidad muy superior a la de sus detractores) cada nueva película del realizador supone un soplo de aire fresco, un producto innovador, que si bien se puede justificar que no sea del agrado de todo mundo, debido a la visión cinica, desparpajada, llena de humor negro, pero sobre todo violenta por la cual transitan sus personajes; para los entusiastas, la propuesta de Tarantino se ha consolidado como la de un universo fílmico muy original, franco e indiscutiblemente propio.

En este sentido, el propio cineasta señala: ” Yo le robo cosas a todas las películas. Si mi trabajo tiene alguna virtud, es tomar esto, mezclarlo con lo otro, darle vueltas y ver qué pasa. Si a la gente no le gusta, ni pedo. Los grandes artistas roban, no hacen homenajes. Un cinéfilo puede encontrar placeres adicionales reconociendo tal o cual cita. Pero nunca busco la copia exacta, la cita precisa. Las copias en carbón me dan dolor de cabeza”.

Existen muchos elementos en Perros de Reserva que serán una constante en su cine posterior. Desde el inicio, la estilización formal de la cinta queda de manifiesto como un evidente ánimo por parte del director de ejercer una voluntariosa forma estética, en la que confluyan tanto el uso de un lenguaje narrativo peculiar, lleno de elipsis, así como la cortante precisión y la profundidad de campo de la fotografía, haciendo patentes su gusto por el contrapunto musical, su fascinación por la violencia (siempre presente, tensa, latente a cada momento, y siempre a punto de estallar) y su placer por el gore, la sangre en cantidades desmesuradas, todo ello sin dejar a un lado su sentido del humor.

Desde su primera pelicula, Quentin Tarantino se ha mostrado frente al espectador sin tapujos, de cuerpo completo, desplegando lo asimilado del cine de autores de la talla de un Stanley Kubrick, un Sergio Leone, un Sam Peckinpah, un Godard, un Fuller, étcetera, pero también de lo visto (y muy disfrutado) de cintas de acción y artes marciales hongkonguesas, cintas de terror (italianas, particularmente, con directores como Dario Argento y Mario Bava a la cabeza), así como de peliculas de clase Z y de los cómics, dejando en claro ser un ferviente reciclador de temas, formúlas, tópicos e imagenes del subconsciente cinematografico-cultural-pop colectivo.

“Hay millones de pequeños homenajes en Perros de Reserva, pero nadie los detecta. Me encantan, pero no me gustan cuando están hechos con un guiño de ojo, sino más sutiles, tomados fuera de contexto. Casta de malditos (Kubrick) me la mencionan mucho, mucho. Y sí me influyo en el sentido de que estaba haciendo una película de robo, y es mi favorita del género. Pero la estructura no es la misma. El problema es que fui mal interpretado, porque al empezar a filmarla le decía a la gente que iba ser “mi Casta de malditos”, pero no significaba un remake, o una paráfrasis, sino el equivalente de lo que la cinta de Kubrick fue para mí como espectador.”

Por Venimos, los jodimos y nos fuimos.

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