La producción nacional en Macabro

Hace unos meses, al hablar de sus conclusiones después de la más reciente edición del Festival Internacional de Cine UNAM (FICUNAM), Ernesto Diezmartinez dijo que de todo el certamen la sección más floja había sido la dedicada al cine mexicano, situación que se repetía en el resto de los festivales a lo largo y ancho del país. Las razones eran varias, pero la explicación más simple era que nuestra producción no genera suficientes películas para ponerlas a competir todos los años.

Si el cine festivalero/de arte/autoral la sufre para juntar exponentes destacables, imaginen al de género, olvidado por productores, directores y estímulos gubernamentales. El Macabro – Festival Internacional de Cine de Horror de la Ciudad de México (Macabro FICH) lo entiende bien y no trata de forzar las cosas. Aquellas cintas con la calidad suficiente se programan junto al producto extranjero, sin distinción. El buen cine no tiene nacionalidades. Se mira de tú a tú y sin prejuicios. Así, dentro de la programación aparecen Perdidos (2014) –un found footage– y Me quedo contigo (2014) –un torture porn/happening/comentario social ácido–.

Desde la aparición de El proyecto de la Bruja de Blair (The Blair Witch Project, 1999), el found footage –o metraje encontrado– se convirtió en un subgénero relevante y cada vez más popular. Los productores y amantes del horror encontraron en él la oportunidad de concretar proyectos sin la necesidad de un presupuesto abultado. Además, ocasionalmente alguno resultaba un taquillazo, dejando ganancias millonarias a los inversionistas. A pesar de su buena manufactura, Perdidos, de Diego Cohen, llega cuando la moda viene en franco declive.

Cinco estudiantes de cine participan en un proyecto de tesis que consiste en filmar un documental en unos baños abandonados de la Ciudad de México. Dicen los vecinos y el boca en boca que ahí asustan. El “documental” intentará probar la falsedad de esas ideas o, de ser el caso, comprobarlas, todo en un ambiente relajado y sin pretensiones de ningún tipo. Como prefacio de la acción, se reproduce un audio de un rabino realizando un exorcismo y se explica de manera bastante somera los procedimientos de la religión judía cuando de una posesión se trata. Cualquiera con un par de found footage vistos en la chistera o un poco de sentido común podrá deducir qué pasa cuando ambas líneas argumentales se cruzan.

La cinta recurre al clásico del hombre castigado por curioso para afianzar su discurso, si existe y no se trata de una sobrelectura, claro. No abras la caja Pandora porque te carga el payaso, el demonio, el asesino, el ente o todas las anteriores. El objetivo de Cohen no es renovar o revolucionar el subgénero –como sí lo intenta Eliminar amigo (Unfriended, 2015), al menos estéticamente–, sino demostrar que la producción nacional está a la altura del resto del mundo. Técnicamente el largometraje es irreprochable: sigue al pie de la letra las reglas y no colorea fuera de las líneas. Nada más y todo eso. Lástima que su aparición se dé cuando la bola de nieve comenzó su irrefrenable descenso.

El mismo espíritu de improvisación y naturalidad de un found footage empapa la narrativa de Me quedo contigo, el debut como realizador de Artemio Narro. Despide la película un aroma a happening, a instalación artística, nada extraño tomando en cuenta los antecedentes del director.

Natalia (Beatriz Arjona) llega a la Ciudad de México convencida por una amorosa carta de su novio (cameo de Diego Luna) de compartir la vida, los desayunos, las tardes lluviosas y el lecho. Mientras el muchacho regresa de una producción a mitad de la jungla donde está permanentemente desconectado, la recién desempacada sale de viaje con tres amigas (Anajosé Aldrete Echevarría, Ximena González-Rubio y Flor Eduarda Gurrola) a la provincia mexicana. Una especie de despedida de soltera. Cuando conocen a un anacrónico vaquero (Iván Arana) en un bar de mala muerte, la borrachera da un violento giro en su registro.

Presentada como una farsa, una crítica ácida, un torture porn (aunque quizá sin intención) y, en general, un ejercicio de provocación a la Michael Haneke (Funny Games, sobre todo), Me quedo contigo toma como su tema la representación vulgar de la clase alta mexicana. Una franja poblacional insensible, despreocupada de los acontecimientos ajenos a su proximidad. Un ataque a la impunidad con que se manejan los mejor acomodados, usando el lugar común como apunte crítico (“su papá tiene un chingo de dinero, no va a pasar nada”) en apariencia novedoso por tratarse de hembras mexicanas rebelándose contra el macho heteropatriarcado.

Aquí el arte busca transgredir por medio del humor negro, provocar a la audiencia con groserías (todavía detonantes de risa entre el respetable, como si Guerra de chistes se tratara) y sangre junto a penes falsos. Mujeres insumisas, rebelaos aunque la asonada carezca de sentido.

Por Rafael Paz (@pazespa)

Toda nuestra cobertura del décimo cuarto Macabro FICH.

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