‘La jaula’ y el calabozo existencial

Las decepciones forman parte de las experiencias en la vida y sus efectos varían, dependiendo de la importancia de la situación por la que se atraviesa. La súbita ruptura de un compromiso, en específico, la suspensión de un enlace nupcial, es capaz de provocar un gran impacto en la persona que lo experimenta, provocando un fuerte cuestionamiento personal.

La jaula (2017), primera cinta de Juan Pablo Blanco, aborda la crisis emocional ante una desilusión, acompañada por la memoria como el recurso narrativo que refleja los antecedentes de un pasado que moldean a un presente. El propio realizador interpreta a Gerardo, quien a raíz del plantón en el día de su boda, es incapaz de manejar la complicada situación, internándose en el bosque y tomando prestada una cabaña. Ahí encontrará un conejo que buscará cazar y será el detonante de recuerdos de su compleja infancia.

El inicio con imágenes en blanco y negro que pronuncian la depresión para dar una transición paulatina al color que representa el presente, el aislamiento voluntario en la cabaña, la soledad y el dolor. A su vez, la infancia que recuerda con tristeza a causa de una familia fragmentada conforma también una asimilación sobre los límites de la vida. Blanco, con toques sobrios, conecta ambas etapas de su personaje por medio de simbolismos implícitos como el sonido de la naturaleza que alberga su tormento e irradia soledad, así como la presencia del conejo que representa el curso de sus emociones y las decisiones que toma, intentando dar caza a las memorias que llegan de súbito, entreviendo un introspectivo melodrama.

En el relato, la presencia de la mujer es preponderante y crucial en el destino de Gerardo, con la vecina que representa la curiosidad sexual del niño y su ensoñación romántica, la madre que determina de manera inadvertida la soledad y la maestra que se percata del bullying que el pequeño sobrelleva con su amigo Felipe. La inocencia reflejada en el cuidado del conejo en los recreos se resquebraja por un momento violento que paraleliza con el intento constante del adulto que busca aniquilar a la criatura, descargando crueldad, deseos de justicia, obsesión e incomprensión por los sucesos que acontecen con el niño y con el adulto, llegando a un clímax contemplativo que lo define como persona.

La jaula es la metáfora austera de encierro antes de la liberación personal, una extensión premeditada de revelaciones de trama que no impactan demasiado, que espejean constantemente entre sí  y de las que se prevén con mucha anticipación, con el inicio de una redención que demora en su aproximación, pero pasa la prueba.

Por Mariana Fernández (@mariana_ferfab)