Las aves pueden ser las mejores espías, gracias a la discreción de su presencia y su capacidad para comunicarse en códigos y claves únicamente accesibles a ellas. En la isla de La Gomera, una de las Islas Canarias, se usa el lenguaje silbo, creado por los guanches, audible hasta 3 kilómetros de distancia y que es el dispositivo a través del cual el cineasta rumano Corneliu Porumboiu ensambla La Gomera (2019), su más reciente película en la que lo críptico se convierte en un sonido tan estridente como oculto.

Acostumbrado a trabajar sobre ambivalencias similares, Porumboiu encuentra un punto nodal entre la tradición del cine de ladrones –usualmente denominado heist–, que es a su vez heredero de la tradición del cine noir y el sentido cáustico que ha fungido como insignia del cine rumano bajo el auspicio de cineastas como Christi Puiu, Radu Muntean y, desde luego, Porumboiu. Si en la extraordinaria Comoara (2015), hizo una revisión del cine de aventuras en la mejor tradición de los vehículos de Douglas Fairbanks o las películas de aventuras de Fritz LangRaoul Walsh o Comoara (1983), de Iulian Mihu; en La Gomera dicha revisión es mucho más discreta aunque ciertamente tangible.

Cristi (Vlad Ivanov) es un policía que se alía a Gilda (Catrinel Marlon), una femme fatale que parece haber tomado lecciones de silbido directamente de Lauren Bacall en The Big Sleep (1945) para comunicarse con los criminales que buscan la liberación de Zsolt (Sabin Trambea), quien conoce el paradero de un motín de treinta millones de euros. Es así como rumano, inglés y español se mezclan con el silbo para crear un mosaico polifónico en el que hasta algo tan abstracto como la corrupción o concreto como un cuadro de un paisaje tiene un sonido particular, sea la recurrente pieza de Carmina Burana, Kurt Weil o la bellísima letra de la canción Cuando el destino.

La película se divide en episodios, cada uno titulado con el nombre de uno de los personajes y con intertítulos de colores, quizá, para enfatizar la importancia coral del relato central y la riqueza presente en cada uno. Desde las fortísimas presencias ibéricas de Antonio Rebuil (extraordinario como Kiko) y el cineasta español Agustí Villaronga interpretando a Paco, hasta los semblantes de Rodica Lazar y Sambin Trambea, profundamente distintivos de un cierto tipo “rumano” con los que Poromboiu documenta gestos, voces y acentos con la misma atención y cuidado de un dedicado ornitólogo.

LaGomera2

En una escena en la que Cristi se encuentra en el cine con Magda (Lazar), hay una secuencia de Más corazón que odio (The Searchers, 1956) en la pantalla, epecíficamente un momento en el que el trinar de los pájaros desconcierta a Ethan (John Wayne) y al Reverendo Johnston (Ward Bond), provocando que se detengan a escuchar y tratar de hacer sentido del sonido. En La Gomera, vamos en sentido inverso, hacia el final, podemos escuchar el silbido y entender nítidamente el mensaje. Es por eso que su final, aún un espectáculo de árboles artificiales y piezas de música clásica tan potentes como el Danubio Azul, de Johann Strauss, el sonido que más resuena en nuestra cabeza es un fuerte silbido.

Por JJ Negrete (@jjnegretec)

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