‘Killing Them Softly’: Nos mataron… suavemente

Situar la economía global dentro de una expresión artística es señal de que algo malo sucedió o sigue ocurriendo. Situar la economía del dueño del mundo en el contexto de Estados Unidos es todavía más provocativo. Sin embargo, se ha hecho montones de veces. El recuerdo más fresco es Cosmopolis, de Cronenberg, que sin ser una obra original, sino una escrita tiempo atrás, parece encajar perfectamente en los tiempos en los que vivimos y que todavía tenemos por vivir. Dentro de ese montón de producciones, la nueva película del aparentemente virtuoso Andrew Dominik se encuentra flotando sobre una premisa un poco más alegórica.

Hablamos de una película de gángsters que recuerda de inmediato a Godfellas de Scorsese, pero que cuenta con un trasfondo todavía más curioso e interesante. En los primeros minutos, un discurso del presidente Obama acerca de la promesa americana es cortado por espacios en negro que reflejan un vacío en su intención. Aquella promesa que habla de la libertad de acción de los ciudadanos estadounidenses parece contraproducente al desarrollarse el resto de la cinta. A partir de ahí, Mátalos suavemente (Killing Them Softly, 2012) es un perfecto manifiesto de la irresponsabilidad de la promesa, las incapacidades de solvencia de las grandes corporaciones y el reflejo perfecto del peso de la culpabilidad en un desastre económico como el de hace cuatro años. Toda la película se vive y respira a través de los poros de la crisis económica de 2008; sabe a recesión y golpea, incluso, hasta los negocios más bajos de su circunscripción.

Su premisa gira en torno al golpe en un círculo de juego (suena complicado, pero no lo es tanto) y sus consecuencias. Su “host”, el olvidado Ray Liotta, ha
fungido en una ocasión anterior como el propio ladrón de su negocio. Como si el golpe financiero de años atrás, provocado por el suicidio consciente de
corporaciones de suma importancia, se viera reflejado en un solo personaje. Pero para la nueva jugada no es Liotta el que la encabeza, sino un Vincent Curatola que, con ayuda de sus trabajadores, Ben Mendhlsohn y el sorpresivo Scott Mcnairy, hacen creer al grupo de mafiosos que el anterior culpable ha repetido la acción. Sin embargo, tras una no tan profunda investigación, un sanguinario Brad Pitt, a petición del mítico Richard Jenkins, descubre la verdad. Y el ajuste de cuentas es definitivo.

Es una reacción en cadena fácil de desmembrar. En la mente de Dominik, el descenso de una economía se ve reflejado en el trabajo de los que todos denominan suciedad, pero también en su cabeza es todavía más grasoso lo que las empresas dominantes hacen con el negocio y, por ende, con la rentabilidad de un país entero y la del mundo en general. Aquí la solución es aparentemente sencilla: eliminar a los culpables y su extensión moral de tajo y sin pizca de piedad. Sus referencias son especiales, tomando a Los Soprano como la más grande, pero la aparición de James Gandolfini derrotado por su problema con la bebida y su incapacidad de ajustarse a la realidad, es un reflejo más de la intención principal  de la cinta. Gandolfini y por ende Curatola no se ven más como lo que alguna vez fueron, en palabras de personaje. Ambos se sienten fuera del negocio, derrotados, en quiebra, señal de que la rentabilidad pocas veces dura para siempre, de que los vicios y jugadas equivocadas terminan con el nombre de inmediato y sin piedad. De que los que más sufren son los involucrados con esos nombres. Se mueren suavemente.

Domink encapsula todas esas teorías y metáforas en una elegante película que es benévola por sí sola. Las capturas de los asesinatos, golpizas y los intercambios de palabras son perfectamente ajustados a una historia que no nos puede ser ajena. Una historia que permea hasta nuestros días, que se discute en boca de cualquier especialista y de inexpertos por el simple hecho de que estamos dentro de una burbuja que todavía no termina de explotar. En ese sentido, Killing Them Softly bien podría ser la precuela de lo que Cosmopolis nos quiere decir. En la primera cinta hay soluciones prácticas como el bendito sonido de una bala y la explosión de su víctima; en la segunda ya no hay solución.

Así, en el último diálogo que se encarga de cerrar la cinta se denota que no hay forma de no llegar a un futuro sin futuro. En la imagen están Pitt y Jenkins en su última conversación memorable, en un ajuste de cuentas, un cierre de negocios en el que una parte ha cumplido con sus acciones acordadas y la otra reniega de hacerlo del todo. Después, en una pantalla del bar aparece Obama cerrando el círculo de su aparición en un inicio, hablando ahora a cerca de la unidad de un país y de cómo habrá que preservarla. Es ya inexistente. Pitt se burla de las palabras “jeffersonianas” del presidente y de cómo él mismo se hartó de pagar impuestos a los británicos en su momento. Con rabia y una furia incontrolable, decidido a cobrar su deuda, pronuncia las últimas palabras de la condena. En un país como Estados Unidos, y por consecuencia en casi todo el mundo, no existe la unión en ningún momento, uno está por su propia cuenta. Estados Unidos no es un país, sino un negocio continuo, con sedes a lo largo y ancho del globo terráqueo.

Por Joan Escutia (@JoanTDO)

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