‘Kill List’: Mucho más que una lista de muerte

En Kill List, el segundo largometraje del director inglés Ben Wheatley, es un ejercicio de cinematografía ejemplar. Wheatley exhibe sus mejores virtudes como director y realizador de ideas. Aquí, junto con la que será después su complemento de ideas, Amy Jump, escribe una historia que se construye a partir de extrañas sorpresas. Una tras otra, las situaciones que ocurren en pantalla saltan de género en género hasta construir una cinta cuyo mayor complemento es su facilidad para llevar la historia original a lugares insospechados. Kill List es un rollercoaster ride, como dicen los gringos, una película de sensaciones distintas y de un horror genuino.

Porque Wheatley conoce muy bien el algoritmo de reacción y aquí sobrepasa todos los elogios que en Down Terrace se pudieran encontrar. Jump y Wheatly piensan como espectador y entienden a la perfección la necesidad de sorprender a los sentidos de quien observa la obra. Ambos escriben una historia que al inicio se siente tan conocida que conforme evoluciona en su desarrollo, sus distintos escenarios parecen sacados de la mente de gente como John Cassavettes. Se trata de una película que guarda sus mejores momentos en la inocencia del espectador y que parece contener el mérito de guardar secretos, al igual que películas como The Cabin In The Woods. Es una cinta que se disfruta mucho mejor si no se conoce mucho de ella.

Pero, hablando técnicamente, cualquier película se disfruta mejor si no se sabe nada acerca de ella. Sin embargo, para lo que Kill List contiene en su interior, resulta imprescindible el desconocimiento. Su premisa, cuyo título indica de antemano, es acerca de una ‘lista de muerte’. Se puede inferir de inmediato. Nuestros personajes se encargan de asesinar personas a cambio de un pago de quien los contrata. Su trabajo es idéntico al de cualquier sicario. No obstante, en su último encargo, hecho por un cliente que está más cercano a la extravagancia de  personajes como Brian O’Blivion de Videodrome –y que entrega la famosa lista del título–, se encuentran en una disyuntiva a cerca del trabajo que realizan. Wheatley exhibe los lugares más oscuros de la mente humana en momentos de necesidad y qué tan lejos se llega en las acciones para no carecer.

De ahí que se desenvuelvan distintas vertientes dentro de la misma premisa. De pronto, todo se torna de colores extraños. Y ahí, en esos colores extraños se encuentran los lugares más recónditos de la humanidad. A veces vemos actos sacrilegiosos y en otras la mente del espectador hace conexiones que van desde la pedofilia, pornografía infantil o películas snuff, sin que el director muestre una sola señal de su existencia. Y en otras estamos frente a las mejores películas virales de Cronenberg, para terminar con una situación que desciende del Wicker Man de Hardy en un escenario estremecedor y lleno de terror. Todo culmina en una de las mejores escenas de horror pagano que recuerde. Wheatly se muestra como un perfecto estudioso del cine y lo demuestra con meticulosa preparación.

Al final del día, Kill List es mucho más de lo que el simple título indica. Como lo hace en un inicio, es una película donde hay muertes y, por consiguiente, sangre. Pero también es una película cuyo mejor valor es el que recordar al espectador su razón principal para ver una cinta: la sorpresa. Los caminos recorridos en Kill List son tan vastos que el cinéfilo afectuoso del horror agradecerá y que posiblemente el que no lo sea tanto se convertirá. La oscuridad más negra de la mente humana plasmada en escenario penumbroso de una cinta que no brilla por su alegría, sino por la misma penumbra que la hace tan luminosa.

Por Joan Escutia (@JoanTDO)

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