‘Jinetes del tiempo’ a pesar del documental

Los Jinetes del tiempo (2017), documental de larga duración con el que debuta José Ramón Pedroza, es una búsqueda de las narraciones perdidas de la Revolución mexicana y un intento de actualización. La recuperación de la memoria colectiva, de las experiencias marginales, de las microhistorias de a pie, es fundamental no sólo para dar cuerpo a una conciencia endeble, sino para construir una historia propia, crítica, robusta y diversa.

Ramón Pedroza sigue la trayectoria que el grupo actoral de la Revolución zapatista del Sur de Quebrantadero, Morelos, reconstruye. La reunión en la Ciudad de México de Emiliano Zapata y Francisco Villa, es el cronotopo final. La docuficción que Pedroza propone es un híbrido de material de archivo, registro de las actuaciones del grupo de Quebrantadero y recreaciones de momentos históricos capturados en fotografías; éstas son tan endebles que nos hace dudar si el documental no estaba pensando para exhibirse en televisión.

El guión corre a cargo de Pedroza, Violeta Salmón y Alfredo Mendoza, también escritor de La leyenda de Juan Soldado; uno de los cortometrajes más endebles dentro de México Bárbaro. La base del guión es seguir al grupo actoral en la reconstrucción histórica, por lo que debe echar mano de entrevistas a cuadro que tratan de dar esbozos biográficos de los actores para profundizar en el desarrollo del documental: maquillaje apurado para alargar un trabajo que tal vez funcionaría mejor en una versión corta. La fotografía accidentada carece de unidad: por momentos, los encuadres rebuscados contrastan con la parquedad narrativa y en otros, son lugares comunes del documental de televisión. El acercamiento de Pedroza a la comunidad y al grupo actoral es respetuoso, por ello sorprende la artificialidad con la que por momentos construye la puesta en escena, intentando embellecer la pobreza. Pedroza pretende dar profundidad con una narración paralela en la que los muertos hablan con los actores revolucionarios:  entre tonalidades azules y neblina, las voces de las ánimas rulfianas cuestionan o incitan a Zapata en su trayecto: preferible la tierra seca de Comala, que a regresar a la sala de cine.

La construcción cinematográfica afortunadamente no termina por opacar el esfuerzo del grupo actoral de la Revolución Zapatista del Sur. Si bien, su formación no es histriónica, la búsqueda por rescatar la memoria oral y transmitirla para transgredir la enajenación colectiva, es un esfuerzo necesario que se sintetiza en una praxis que vincula dos momentos históricos. La recuperación de los ideales zapatistas no es azarosa; las palabras siguen resonando en el presente. Las condiciones de las personas que trabajan en el campo no son tan distintas que las del siglo pasado: la Revolución ganó, pero sólo en la esfera política, nunca en la social; sólo el cardenismo reivindicó a cuenta gotas lo que desde los Magón se exigía.

Recurrir a lugares comunes, discursos panfletarios y creer que una narración transgresora tiene en sí misma cualidades cinematográficas, posiblemente nos lleve al lado contrario de lo que la imagen presenta. El documental de Pedroza logra reivindicarse hacia el final no por su labor cinematográfica, sino por haber registrado el discurso de un actor campesino que sabe que “si no se marcha, si no hay presencia, si no se hubiera constituido el grupo actoral, no pasaba nada, porque somos un país de olvido… Que no se nos olvide que quienes hacen las transformaciones y que quienes generan la historia, son hombres y mujeres del pueblo”.

Por Icnitl Y García (@Mariodelacerna)

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