Siempre que fallece un grande los elogios sobran. No hay mejor manera de recordarlo que regresar a su trabajo, revivir esos momentos que nos emocionaron. En el caso de Wes Craven su despedida es más dolorosa porque el panorama del cine de terror luce desalentador. Hay nuevas voces, claro, pero son las menos y un producto anodino tras otro sale disparado de la línea de ensamble. Así que hemos elegido tres momentos de la filmografía de Wes para recordarlo, preparen su maratón…

Pesadilla en la calle del infierno (1983-1996)

El sueño cinematográfico en el imaginario hollywoodense había permanecido durante mucho tiempo largamente avocado a explotar las virtudes de la actividad onírica, con marcadas excepciones –Spellbound de Hitchcock o las visiones de David Lynch– para generar estados de placer alimentados por la fantasía. Este espacio, más allá de fantasmas y abstracciones, carecía de una figura fácilmente identificable para una audiencia que ya había dejado atrás los tiempos más naive de Drácula, Frankenstein o el Hombre Lobo, hasta que llegó Freddy Krueger. De la mano del genial Robert Englund en 1983, Wes Craven consagro el género del horror de los 80 y cristalizó la maravillosamente grotesca mezcla de horror y cochambroso camp a lo largo de la saga que ya se había hecho presente en otros momentos de la filmografía de Craven (Deadly Blessing, 1981 o The Swamp Thing, 1982) bordando las secuencias de muerte más memorables por su socarrona creatividad y generosas cantidades de ácido gore. Dormir, para un adolescente, volvía a ser peligroso y lo único con lo que se podía mojar la cama, era sangre. (@jjnegretec)

La serpiente y el arcoíris (1988)

Una de las películas de zombies más importantes de la historia. Retoma los elementos originales de la mitología de estos muertos vivientes, tales como el vudú y su condición caribeña. Basada en una relato real, donde se narra la historia de un antropólogo que viaja a Haití a descubrir los secretos de un poderoso polvo mágico que es capaz de convertir a los muertos en zombies. Después del estreno de The Night of the Living Dead (La noche de los muertos vivientes, 1968)  las cintas de zombies se habían vuelto sólo una copia de ésta; un grupo de personas liando ante el peligro de muertos caminantes que planean comérselos. La película de Craven regresa a los origines del monstruo, logra recrear la atmosfera del misterio que tenían cintas como White Zombie (Víctor Halperin, 1932). Regresaban los cuestionamientos vivenciales acerca de la vida, la muerte y la fragilidad del ser humano. La magia es otro de los elementos importantes en ésta cinta, y en ella radica otro de los planteamientos que se hacen a lo largo de la trama; más allá de saber si ésta es real o no, lo que se va cuestionando es si es posible creer en algo que parece ilógico en un mundo donde todo parece tener una respuesta científica. (@Al_lee1)

 Scream (1996-2011)

Después de dos décadas llenas de éxitos, los 90 sufrieron el cansancio creativo. Repetición de viejas fórmulas, personajes chatos, directores de ideas secas. La única forma de refrescar el género era jugar con sus reglas, hacerlas evidentes, tratarlas con poca seriedad y mucho humor negro. Si la década fue un gran chiste, Scream fue uno de los mejor contados. El esquema visto está presente, adolescente atractiva es acosada por un maníaco que asesina poco a poco a las personas a su alrededor, es la consciencia del relato y su metanarración las que dotan de frescura a la propuesta. Los personajes saben que se trata de una película de terror y lo remarcan, como años después lo haría su gran heredera: La cabaña en el bosque (The Cabin In The Woods, 2012). Es el juego más divertido en la carrera de Craven. Déjense apuñalar y disfruten.

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