In Bright Axiom y el hedor en rosas neón

Axioma: Proposición tan clara y evidente que se admite sin demostración.

El ritual ha sido parte de la historia de la humanidad: desde los primeros registros pictóricos en las cavernas, hasta las manifestaciones multimedia que prevalecen en internet. Al ritual también lo acompañan las narrativas, los símbolos y su institucionalización a partir de la religión. Las transgresiones de esas institucionalizaciones tienen formas particulares de expresión que por momentos se traducen en magia, en espiritualidad, en brujería o en ocultismo. El estudio y la praxis de estas manifestaciones, de estas búsquedas y de estas concepciones han desembocado en distintos objetos y distintas comunidades, pero en algún punto de mediados del Siglo XX fueron apropiadas por la cultura pop y ésta hizo una revisita que devino en sus propias traducciones, en sus propios objetos y en sus propios imaginarios. Sin embargo, la instauración del neoliberalismo y la posmodernidad repercutió –entre muchas otras cosas– en el adelgazamiento del conocimiento y la búsqueda de hacer cualquier creación redituable.

In Brigth Axiom –tercer documental del director californiano Spencer McCall– registra, por un lado, la experiencia de un nuevo integrante en una comunidad denominada Latitude Society y, por otro, la desintegración de la misma. El documental es un vaivén desarticulado entre la narración de un personaje llamado Dr. Professor –y el vínculo de su odisea personal–, la construcción de Latitude Society, la experiencia de un nuevo integrante, la argumentación de sus creadores –encubiertos– y la desintegración de la sociedad a partir de una circunstancia económica; todo en un código que bebe de lo simbólico, con terminología que apunta a las sociedades secretas y discursos de ayuda mutua y superación personal.

La edición deambula entre las secuencias en las que el Dr. Professor (Geordie Aitken) es el protagonista, ya sea hablando en un Town Hall frente a los integrantes de Latitude Society o en un bote que lo lleva a encontrar nuevas fronteras con referencias grandilocuentes entre Ulises y Buddha –y nueva ropa para estrenar–; testimonios de los miembros elegidos y la cámara en primera persona que va recorriendo el ritual del iniciado. MacCall y Jeff Hull (uno de los principales creadores de Latitude Society) hacen un trabajo impecable en el diseño de los escenarios e iconografía de la comunidad secreta. Su minuciosidad es lo que impulsa la credibilidad y, por supuesto, la narrativa. Con referencias visuales como las de Phyllis Galembo y Charles Fréger para la creación de una mitología, el dominio de photoshop y algunas referencias de la cultura pop –como el agujero por el que cae Alicia, que sean 12 miembros originales, las puertas como elección, videojuegos en arcade, o simbología muy cercana a la masonería y, por supuesto el Memo Rex Commander y el corazón de la vía láctea con el Prográmaton– Hull, McCall y Aitken hacen de In Bright Axiom un documento de cómo los fundamentos teóricos, experienciales, simbólicos y ancestrales son licuados para crear una sociedad secreta ex nihilo, vertical, jerárquica, selectiva, diluida y redituable.

Una de las reglas de la sociedad es la absoluta discreción: no se puede hablar ni postear nada de lo que pasa y se vive ahí. Cuando eres miembro, “tú tienes todo lo necesario y sabes exactamente qué hacer”. Conoces la libertad para elegir límites geográficos, ontológicos, sociales, psicológicos y legales. Cuando eres un iniciado eres parte del Entity Flux, de la creatividad sin límites, de la espontaneidad, de la ingenuidad, del movimiento libre en contra de la fuerza, de los límites, de la restricción y de lo que no es posible. Eres consciente de la entidad primigenia y sabes cómo actuar frente a los mecanismos impuestos y estandarizados. En el Reino del flujo no hay palabras; hay colaboradores y se contribuye: se dá más de lo que se toma. Cuando eres parte de Latitude Society tienes capacidad de admiración, reconoces las posibilidades, entiendes la importancia de las experiencias disfrutables y del deslumbramiento. Latitude Society se define como una membresía internacional extra temporal; una sociedad en la que a través del compañerismo se trasciende la monetización ordinaria. Latitude Society diseña un experiencia poderosa que conduce a las personas a nuevos comportamientos. En el Reino del flujo se crea la “nueva alquimia que ayudará a reconstruir la sociedad a través de la diversión, de la conección, de la tribu”.

En uno de los momentos a cuadro, Hull estable que “Yo no soy una persona política. Puedo contribuir a la cultura. La cultura precede a la política” y que “No soy una persona espiritual, son más bien religioso. Creo en el ritual”. Es aquí en donde podemos establecer nuestro punto de partida para la desarticulación de este comercial. Disociarse de lo político es disociarse necesariamente de lo social, de lo cultural y de lo histórico; nacemos y nos desarrollamos en un contexto específico que está repleto de creencias y narraciones. Pensarse como un individuo no político es pensarse en una torre de marfil que quién sabe quién construyó, en una Isla desierta en la que tu madre ya murió o en una ficción grandilocuente. Definimos la política y la política nos define. Todo lo personal es político. Por otro lado, creer en el ritual no excluye lo espiritual, así como no excluye la racionalidad; lo ritual no necesariamente tiene que ser espiritual o religioso, pero lo espiritual y lo religioso sí tienen elementos rituales. Hull apuesta por lo religioso, por la institución, por la parafernalia, por lo artificial, por la jerarquía, y es tal vez la parte que sí es consciente.

Hull define la intención de Latitude Society como una forma de entretenimiento, una forma de teatro inmersivo, un juego de rol que busca un significado. Latitude Society no es un culto, es un negocio; “no es algo hippie ni de comuna, no es gratis”. Rick Paulas hizo una investigación muy detallada de los proyectos de negocio que Hull armó en San Francisco y son un preámbulo de Latitude Society, aquí la liga.

¿Qué buscan entonces Hull, McCall y Aitken? ¿Mostrar lo fácil que es que la gente crea, que la gente busque conexiones, que se siga pensando y sintiendo en términos de magia, de ceremonias, de rituales, de reconocimiento en el otro? Es fácil, por supuesto, porque aún habemos muchos que buscamos esas constelaciones, esa horizontalidad y ese fuego, pero explotar esa búsqueda es la reiteración de las repercusiones políticas y económicas desde una visión neoliberal.

Establecer un discurso, un imaginario, una comunidad que apela a la solidaridad, al autoconocimiento, a lo lúdico, al reconocimiento y a la creación, pero desde una intención de explotación monetaria sin ser explícita, es manipular un discurso para justificar las intenciones subyacentes, para encubrir lo que está podrido. El problema no consiste en que un objeto, una experiencia, una creación o una fuerza laboral no sea retribuida, sino la articulación del engaño, la construcción de una retórica voraz y sin escrúpulos. Esta manera de manipular el discurso se vuelve cada vez más frecuente y más cínica: decir que eres “El equipo del puerto más importante de México” cuando no tienes un solo juego en primera división o decir que “Aquí ya se acabó la libertad de expresión” y te compares con Aristegui o con Proceso porque se canceló tu participación en un foro contra la discrimación porque de hecho eres racista y clasista, y decirlo con convicción, creyendo que estás en lo correcto y que estás haciendo lo mejor desde un suelo ético, es diluir los fundamentos, es banalizar las acciones que explotan, condicionan y violentan al otro, es adelgazar tanto el conocimiento y las fronteras conceptuales que todo es posible, incluso, adueñarse de una cuenta de twitter con todo y seguidores para “fundamentar” tu historia inexistente o colocarse en el lugar de mártir de la libertad de expresión. El cinismo y la violencia como epítome del discurso diluido, de la carencia de argumentos y de la ausencia de suelo ético.

Por Icnitl Y García (@mariodelacerna)