O soma o redor, de Kleber Mendoca Filho

Una película amplia en su cobertura pero particularista e íntima en su acercamiento a las historias que se desarrollan y cruzan en una calle residencial ubicada en Recife, Brasil. A la manera de Renoir, Mendoca Filho retrata una sociedad burguesa con lujo de detalle, preocupaciones vigentes y problemas cotidianos que se sienten, por vergonzosos momentos, cercanos a la realidad social del espectador.

Desfilan rivalidades por dinero, un agente de bienes raíces, guardias de seguridad incompetentes e irresponsables, un viejo y cansado criminal, su cleptómano nieto y una madre drogadicta frustrada sexualmente. Toda una radiografía social en apenas un mosaico de la gran urbe que presenta problemas particulares y pequeños, demostrando que a través de su adicción, podemos obtener un panorama completo de lo que acontece no sólo en la sociedad brasileña, sino en la sociedad global.

The Capsule, de Athina Rachel Tsangari

Mediometraje de apenas 35 minutos, que la directora griega Tsangari (Attenberg) concibió primero como una exhibición comisionada por la DesteFashionCollection (de ahí la presencia de diseñadores jóvenes y consagrados como Marc Jacobs en el desarrollo visual de la cinta). Un rito de iniciación que evoca el baile y la corporeidad centrales en Attenberg con la búsqueda de la creación del ‘gótico griego’.

Un grupo de mujeres busca desesperadamente elegir a la lideresa de su bizarramente sofisticado grupo y, por proceso de eliminación, conseguirá su objetivo. Se trata de  una abstracta pieza de exuberante elegancia que de manera aleatoria sale y entra de su planteamiento central para intercalar escenas animadas, bailes, cabras con copetes y vestidos hechos de cabello. A pesar de su radical diseño visual y de contar con la presencia de los talentos de Ariane Labed (Alpeis) o Clémence Poésy (Harry Potter), el mediometraje se siente demasiado frío, calculado y distante de la visceral experiencia surreal que busca generar. Demasiado esfuerzo para un resultado tan simple.

Halley, de Sebastián Hoffman

Alberto (excepcional Alberto Trujillo) trabaja en un gimnasio como vigilante mientras sufre una extraña enfermedad que destruye su cuerpo con un virus, una alegoría que nos recuerda la concepción cronenbergiana del cuerpo. Esta historia de erosión corporal se centra en un solo personaje, no hay historia previa. Por sus hábitos sabemos que es obsesivo compulsivo, por su personalidad deducimos que tiene una historia de fuertes traumatismos y que la enfermedad que lo aqueja no sólo a él, sino a todos los personajes centrales (la administradora del gimnasio y el mortuario) es la soledad.

Sin embargo, el problema de Halley no está en sus impecables valores de producción y la conjunción de un verdaderamente notable equipo de trabajo (destacan la fotografía, el sonido y el bárbaro maquillaje), el problema está en la concepción creativa de la historia y los personajes. La creatividad se engolosina con el detalle técnico y se olvida por completo de generar empatía hacia su enfermo/zombie e incluso lo lleva  a grados de degradación que buscan generar impacto a fuerza, pero sólo generan una patética repulsión. Mención aparte merece la caprichosa escena final que le asigna a la cinta una importancia de la que carece por muchos momentos, Hoffman demuestra gran talento para explotar las virtudes de su equipo de trabajo, pero su historia está medianamente concebida. Como el cometa que bautiza la cinta, Halley tiene momentos de fugaz originalidad que una vez disipados nos dejan con un gris y recurrente panorama.

Por JJ Negrete (@jjnegretec)

    Related Posts

    FICUNAM | Una entrevista sobre Pedro
    FICUNAM | Arkhé, un rescate del olvido
    FICUNAM | Una entrevista sobre El prototipo y el cine que muta
    FICUNAM | El incendio de los mitos: entrevista a João Pedro Rodrigues
    FICUNAM | Una entrevista sobre M20 Matamoros Ejido 20
    FICUNAM | Agua Caliente, lúdica pandemia

    Leave a Reply