¿Queda algún rastro de animalidad más crudo en la experiencia humana que los actos de engendrar y parir? La idea de la maternidad ha convocado históricamente un sinfín de cuestionamientos, posturas ideológicas, debates morales y afiliaciones espirituales. Ha generado, a su vez, incontables relatos que pretenden aproximarse o ensayar una cierta verdad al respecto. En particular, el cine de terror ha adoptado el tema como una de sus obsesiones recurrentes. Huesera (2022), ópera prima de Michelle Garza Cervera, se suma a esta larga tradición combinando recursos propios del género con inquietudes que responden inequívocamente al contexto actual.

Huesera nos anuncia desde la primera secuencia sus intenciones de manera frontal: con un tono sutilmente ominoso, la cámara sigue a mujeres peregrinando hacia una Vírgen de Guadalupe gigante. Hay una clara jerarquía en la aplastante diferencia entre estas mujeres suplicantes y la estatua que se erige como cobijo y mandato. La dirección de la cinta nos será reafirmada inmediatamente al narrarnos la búsqueda de Valeria (Natalia Solián) y su marido Raúl (Alfonso Dosal) por tener un hijo. La escena de sexo en la que los conocemos nos presenta la ambivalencia que se desarrollara a lo largo de la cinta: con el rostro de Valeria en foco, observamos a una mujer que, sin que haya una renuencia explicita, esta cumpliendo con un deber, esta intentando cumplir ciertas expectativas que no están necesariamente impulsadas por el deseo propio.

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A partir del momento en que les es anunciado que el embarazo es una realidad, los mundos, tanto interno como externo, de Valeria comienzan a trastornarse gradualmente. Mientras su cuerpo parece rebelarse contra ella –las náuseas, los mareos, la debilidad y otros síntomas de un embarazo normal son exacerbados–, su mundo comienza a distorsionarse –escucha ruidos extraños, tiene visiones aterradoras y suceden eventos inexplicables–. Al mismo tiempo, los niños que la rodean se vuelven igualmente aterradores, y las voces de quienes la conocen le repiten una y otra vez que una mujer como ella no tiene lo necesario para ser madre.

En Huesera, la crítica de la maternidad como mandato social se convierte en el motor principal detrás del terror. Si bien se trata de una crítica fundamentada, válida e, incluso, necesaria, la cinta recae en una serie de lugares comunes que no le permiten adentrarse por completo en la complejidad de este dilema intrínseco en la condición femenina. Tenemos, por ejemplo, la secuencia en la que Valeria acude a que una bruja le haga una limpia, y ésta detecta en ella algo que es “madre, pero también depredadora; casa, pero también prisión”. Cuando conocemos el “oscuro” pasado de Valeria, a partir del cual entenderemos la construccion de su personaje, se nos presenta a una chica punk, lesbiana y rebelde que grita “no me gusta la domesticacion”, un contraste total con su presente pulcro y abnegado.

¿Es necesaria esta dicotomía para hacer una crítica efectiva del mandato de ser madres en nuestros tiempos? ¿No habría sido, tal vez, más interesante explorar con mayor meticulosidad las maneras en que el deseo, la expectativa y el mandato se entretejen en el medio? Abordar ésta y cualquier otra problemática social, moral e ideológica a partir de estas dicotomías corre el riesgo de volverse reduccionista. Huesera, con todo y sus aciertos, se convierte así un producto inequívoco de su tiempo, donde es necesario tomar bandos y anular cualquier asomo de otredad.

Por Ana Laura Pérez (@ay_ana_laura)

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