FICUNAM | Schanelec: cine para el fin de los tiempos

Una de las virtudes de la globalización (que parece atravesar una profunda crisis a nivel mundial por el ascenso de un nuevo y brutal nacionalismo en distintos países) es la convivencia multicultural marcada por el civismo y la humanidad que ha surgido en distintas regiones del mundo. Cineastas tan diversos como Zhangke Jia (El mundo, 2004) o Aki Kaurismaki (Le Havre, 2011) han abordado los profundos cambios culturales que se han gestado a raíz de ello. Sin embargao, quizá nadie ha trabajado ese campo con la gentileza y finura de la cineasta alemana Angela Schanelec.

Desde su primer mediometraje, Ich bin den sommer über in Berlin gebleiben de 1993, Schanelec puso un foco particular sobre las dinámicas de pareja con un tono naturalista; además, explorando con cautela y sin afán sensacionalista un triángulo amoroso entre dos hermanas que intentan compartir un hombre en Das glück meiner schwester (1995).

La melancolía, otro elemento recurrente en su filmografía, recorre su película Plätze in Städten, en el que Mimmi, una solitaria joven recorre perdida distintos lugares entre Berlín y París, no con un grito o desplante estridente sino con un largo y ahogado aullido, apenas audible. Schanelec comenzaba a mostrar un dominio inteligente del espacio y su uso como un eco de estados internos de los personajes.

Las bifurcaciones entre países y culturas habrían de volverse temas recurrentes, de las crisis emocionales que se cruzan con familias, amigos y amantes en Mein Langsames Leben (2001); pasando por la discreta travesía de Sophie, la fotógrafa berlinesa que hace un intercambio a Marsella en Francia en Marseille (2004); hasta el encuentro íntimo y de aire cosmopolita de dos extraños en un aeropuerto en Orly (2010).

La belleza de la banalidad y un discreto pesimismo, o más bien desilusión, habrían de conformar la visión de la etapa más reciente de su filmografía. Partiendo de una adaptación de La gaviota de Chekov, bastante libre y fallida, si acaso interesante, Schanelec llega a su más reciente película, El camino soñado como una especie de culminación de todos los temas que ha tocado en su filmografía.

En El camino soñado, dos jóvenes se conocen en unas vacaciones en Grecia para después separarse y, treinta años después, la película se sitúa en otra crisis de pareja, en la que una mujer deja a su esposo por que ya no lo ama. La película está construida a base de imágenes de abrazos, reencuentros, brechas que con la misma facilidad que se abren se cierran mientras que el hedor de la agonía de la Unión Europea parece permear su espíritu.

Schanelec borda finamente una alegoría, pertinente y sutil, de la ruptura que esta sufriendo el ímpetu de globalización, en su faceta virtuosa: la humana, reafirmando aquella socorrida frase de T.S. Elliot que anuncia el fin del mundo no con una explosión sino con un suave gemido.

Por JJ Negrete (@jjnegretec)

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