FICUNAM | Marlen Khutziyev y la melancolía del futuro

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Un ojo que se asoma…

Como es costumbre anual, el Festival Internacional de Cine UNAM se encarga de traer a las pantallas del Centro Cultural Universitario obras de cineastas inéditos en el país, contribuyendo al acervo y cultura fílmicas obras de enorme importancia y valor, sepultadas por trabajos de cineastas de mayor renombre o por la abrumadora cantidad de producción. Este año, el turno fue del cineasta soviético Marlen Khutziyev, que inició su carrera a finales de los 50 y que encabezó la reacción soviética a la nueva ola francesa con la majestuosa I am Twenty (Mne Dvadsat Let, 1964) y que después de su paso por Locarno y Mar de Plata, gran parte de su filmografía nos muestra que también por el futuro se puede sentir una profunda nostalgia.

Aquí comentamos tres de sus trabajos:

  • Primavera en la calle Zarechnaya (1956)

Con un reformador, pero discreto impulso es como llega el cineasta ruso Marlen Khutziyev directo al melodrama, uno de los géneros predilectos de las audiencias mundiales durante los años 50, teniendo exponentes tan brillantes como Mikio Naruse en Japón, Douglas Sirk en Estados Unidos e Ismael Rodríguez en México, y que en la antigua Unión Soviética se modernizó durante el período conocido como El Thaw, comprendido entre la muerte de Stalin en 1953 hasta finales de los años 60.

Con un aire que remite a aquella épica civil del cineasta estadunidense William Wyler The Best Years of our Lives (1946), Khutziyev presenta en Primavera en la calle Zarechnaya la historia de una joven maestra y el titubeante romance que surge con uno de sus pupilos, un rudo obrero, contraponiendo dos visiones de la Unión Soviética de aquél día. Khutziyev dota su filme de una visión que honra la tradición de los grandes escritores rusos como Dostoyevski o Tolstoi o haciendo alusión directa a las obras cómicas de Alexander Griboyedov o la poesía de Alexander Blok que son contrapuestas con una visión progresista de la educación y su papel fundamental en la nueva sociedad soviética.

El romance de la maestra y el obrero es presentado por Khutziyev con delicado lirismo, montado con sutil elegancia y con una innegable agudeza visual que queda patente en tan solo un par de escenas: la primera en la que una torrencial lluvia anuncia la llegada de la primavera y en las últimas escenas del filme, cuando un ventarrón sirkiano anuncia la llegada del amor en su visión más platónica. Khutziyev busca la comunión amorosa de sus dos protagonistas, como la Unión Soviética bsucaba en ese momento reconciliar lo mejor de su pasado con su expectativa del futuro, usando como recurso la educación.

  • Lluvia de Julio (1966)

Un radio (o eso parece) intenta sintonizar una estación creando un fragmentado mosaico por el que desfilan desde el clásico del swing Mack the Knife hasta la Carmen de Bizet, al tiempo que vemos grupos de rostros, anónimos y familiares, desfilar, hasta finalmente la cámara de Khutziyev se queda, casi aleatoriamente, con Lena, una bella joven que ama a su novio pero que llega a la conclusión de que su relación no tiene mucha utilidad, causando una profunda sensación de vacío.

Los temas que habrían de volverse recurrentes en el cine de Khutziyev como el vacío, el olvido y la insignificancia toman en Lluvia de Julio un semblante ligero, vivaz y hasta ameno, como una especie de Antonioni festivo, aunque se respira en el filme la innegable influencia del cineasta francés Jean Luc Godard y particularmente de su seminal A bout de soufflé (1959), especialmente en los juegos iconográficos (Lena trabaja en una imprenta de litografías), el uso del jump cut y el rompimiento de la cuarta pared -cuando Lena mira directamente a la cámara como Jean Seberg-.

La melancolía se esparce a lo largo del filme de Khutziyev como la lluvia, pero existe una energía, casi solar, que le da una cualidad ambivalente al filme y menos pesimista, a pesar de que sus temas giran alrededor del ennui de la clase media alta y una preocupación tan marcada por el futuro que hasta se llega a tocar, en conversación casual, la colisión de planetas -¿Alguién dijo Melancholia (Von Trier, 2010)?)- o hablar sobre la falta de agua mientras en el fondo suena Edith Piaf con  La Vie en Rose, temas que habrían de tener eco en obras posteriores del soviético, esta vez, sin ninguna orquestación.

  • Infinitas (1992)

La obra teórica más importante del legendario cineasta soviético Andrei Tarkovsky fue sin duda Esculpir el tiempo y aunque el cineasta ha tenido una legión de imitadores y seguidores, pocos han sido tan aplicados y han podido absorber la influencia de Tarkovsky sin dejarse absorber por él como Marlen Khutziyev y prueba de ello es su tierna épica Infinitas, en la que un hombre, en el umbral del final de su vida, abandona la ciudad de Moscú para emprender un viaje al pueblo donde creció, siendo incapaz de detener el flujo de recuerdos, memorias y personas que, de manera gradual, van colapsando las fronteras entre pasado y presente.

A pesar de contar con una duración considerable, Infinitas nunca deja de ofrecer imágenes y líneas que tallen delicadamente su registro en nuestras memorias, usando ese tiempo como aliado más que como un insondable reto. El viaje de Vladimir inicia con una venta de sus posesiones que lleva a un viaje en tren que lo lleva al pueblo donde creció, ahí tal como al cineasta Victor Sjöstrom actuando para Bergman en Fresas Salvajes (1957), comienzan a aparecer personas que no reconocen a Vladimir pero que el conoce, desde un encuentro hamletiano en un cementerio, pasando por una visita al médico donde se le informa de “un fallo técnico” y no de “muerte” hasta la visita a una Iglesia en ruinas coronada por una cúpula en la que se ve a la Virgen y su hijo.

El desfile de símbolos, tanto personales como colectivos, da al filme una cualidad de mosaico gogoliano (el cuentista y novelista ruso Nikolai Gogol) en el que la preocupación más grande yace en el fin del milenio, el fin de sus tiempos, pero eso no es de soprender dado que Vladimir es descrito como un hombre “que siempre llega tarde”. Khutziyev construye el filme con deslumbrante maestría y aguda sensibilidad, haciendo un uso extraordinario del montaje y del plano secuencia como dispositivos cronológicos- particularmente devastadora es la aparición y desparición de Cuska, el cachorro de Vladimir- creando un filme que posee la bella sencillez y la enigmática complejidad del fuego de una vela consumiendo el tiempo mismo.

Por JJ Negrete (@jjnegretec)

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…y revela una mirada.

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