FICUNAM | ‘Le dernier des injustes’: La exhumación de un juicio

Aristóteles decía que el hombre es el más noble de los animales y que separado de la justicia, se convertía en la peor de las bestias, aunque en este caso estamos ante una bestia extinta, de un tamaño colosal, ahora indefensa, inquisitivamente estudiada y que se aloja en la profundidad de la memoria histórica, de una ferocidad dormida: un dinosaurio. Así es como se describe a sí mismo Benjamin Murmelstein, la figura central del abrumador documental del maestro Claude Lanzmann, mente maestra detrás del enorme testimonial judío Shoah (1985), quien sostuvo largas conversaciones con éste tomando como escenario la ciudad de Roma durante 1975.

Murmelstein, cuya identidad histórica se vio ensombrecida por la satanización nazi, fue un brillante rabino, nombrado el último presidente del Consejo Judío en el arquetípico gueto de Theresienstad, el único “Mayor de los judíos” que no fue asesinado durante la guerra y que ayudó a más de 120,000 judíos a salir del país, después de varias confrontaciones con Adolf Eichmann, el burócrata nazi que llevó a Hannah Arendt a formular la polémica teoría de la “banalidad del mal”.

Al centro de Le dernier des injustes (2013) se encuentra una inasible contradicción: ¿es un rabino que trabajó para los nazis, justo o injusto? Esta contradicción mueve el apasionante mamontreto de Lanzmann a terrenos ambiguos, patentes en la cautela con la que el director dialoga con Murmelstein en Roma. Lanzmann se encuentra con un hombre de cautivante inteligencia, distinguida elocuencia y de carácter vivamente sardónico. Murmelstein se presenta como un prisionero de su propia condición, un criminal pío que se mueve con la pesadez de la culpa pero se defiende con feral agudeza.

En el presente, Lanzmann hace un recorrido por los escenarios que rodean al gueto de Theresienstadt, el macabro regalo de los nazis a la comunidad judía, que a la larga se convertiría en otro escenario de caos cadavérico. El paseo que da Lanzmann por la memoria impune da cuenta del papel de este emblemático gueto durante la Segunda Guerra Mundial. Se presenta una imagen de honor sumida en polvo y mierda, atiborrada y destruida, el lugar donde la carroza de la muerte fue tirada por los vivos.

El filme intercala estas imágenes que recorren la historia en el presente con las apasionantes charlas con Murmelstein, que frecuente se refiere a la historia de “Sherezada” de las Mil y una noches, sobrevivir a base de contar historias, la narrativa en Le dernier des injustes salva pero no redime, convirtiendo a quién debería ser una figura ejemplar en la cultura hebrea en un personaje tragicómico, una “marioneta cómica” o “el rey del carnaval” como Murmelstein se describe a sí mismo. Al tiempo que nos presenta un testimonio de la burocracia nazi como un abismal panteón de apariencias, una fantasía que la historia y el tiempo se han encargado de nutrir y  que en su consejo, los miembros actuaban como mártires, pero no todos eran santos.

El silencio no permite el juicio pero el testimonio nos da importancia, permite la supervivencia, aunque nos haga sujetos de señalamientos y ataques. Lanzmann no actúa de manera litigante con su “acusado”, lo sabe un dinosaurio viejo, que por su circunstancia se convirtió en una figura contradictoria y ambivalente. Al final, esta encantadora e imponente bestia simbólica habrá de desaparecer, para dar paso a tiempos que al ver su cadáver no ven más que un montón de huesos.

Por JJ Negrete (@jjnegretec)

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