‘La princesa de Francia’: El juego de la apropiación

Estoy aburrido de sentarme por ahí. Soy un personaje dramático.
Necesito avanzar…
La rosa purpura del Cairo.

En la primera secuencia de La princesa de Francia (2014), un grupo de mujeres está esperando a otra fémina para iniciar un partido de futbol. Cuando ésta llega, ellas comienzan a jugar, moviéndose al ritmo de la 1a Sinfonía de Schumann en una perfecta coreografía. Es un guiño al cine clásico hollywoodense –uno de sus géneros predilectos: el musical– y una declaración de principios de parte del director: estamos ante un juego donde ritmo, verbo e imagen se mezclan para apropiarse de las referencias cinéfilas, literarias o pictóricas –cuadros de William-Adolphe Bouguereau–, además de ser dominado por mujeres. La apropiación no es un homenaje, ni pereza, es creación.

Como en sus dos trabajos anteriores, Rosalinda (2011) y la sublime Viola (2012), el cineasta argentino Matías Piñeiro regresa a los textos de William Shakespeare. Por ello, un par de ediciones de Trabajos de amor en vano cambia continuamente de manos entre los personajes para narrar la historia de un joven que regresa de México tras la muerte de su padre con la intención de montar una radionovela con su antiguo ensamble teatral. De esta manera, las acciones de los personajes se verán supeditas a los diálogos del legendario escritor; la supuesta obra y sus actos se mezclarán hasta ser uno mismo.

Para Piñeiro, el cine es un ejercicio lleno de artificialidad. Su intención no es crear verdad, sino belleza. Al llevar la representación teatral al límite cinematográfico, escenas se repiten con resultados y personajes diferentes hasta cuadrar con el desenlace deseado, se subraya la ilusión que compone al cine mismo. Como el amor profesado entre unos y otros personajes también es ilusorio, funciona, se disfruta hasta la llegada de una nueva flama capaz de avivar la rutina.

Es ese sentimiento tan elusivo el verdadero motor de la película. Los personajes de Piñeiro no son perfectos y están lejos de serlo: se enamoran y cambian de pareja porque la felicidad es pasajera, mantenerla es imposible, como imposible es vivir para siempre. Los hombres y mujeres ante la lente se arrepienten, desean el ideal aunque no puedan alcanzarlo. Sin embargo, como Piñeiro, seguirán procurando su búsqueda. Una voz en off nos explica la verdad y la imagen nos demuestra que la vida, al menos en pantalla, es un juego con la capacidad de recrear cualquier cosa. Sentir, apropiarse, concebir, así es el cine del argentino.

El trabajo más reciente de Matías Piñeiro es una demostración de sus capacidades como cineasta, un experimento que lo mantiene en la ruta correcta de la creación artística mientras expande y ensaya los límites de estilo su autoral. Sin duda es una de las voces con más proyección a futuro del cine latinoamericano.

Por Rafael Paz (@pazespa)

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