FICUNAM | ‘El color de la granada’: El juego simbólico

Venía de ver en el ring una pelea brasileña que francamente fue tediosa. Tenía ya, sin embargo, mi boleto para la pelea estelar de la noche: uno de los pesos pesados armenios. Sentados en un lugar inmejorable, la pelea comenzó. Después del primer asalto, me di cuenta de que tratar de descifrar las combinaciones y movimientos de cintura de Serguéi Paradzhánov era imposible. Uno tras otro, los jabs me doblegaron. Una de las vanguardias que siempre he preferido ha sido el dadaísmo, esa subversión a través de la pérdida del sentido es seductora, poderosa violenta y  está perfectamente estructurada. El color de la granada (1969) abre con la lectura en voz en off de un poema de Sayat-Nova; su obra será la que guiará el filme. En un lenguaje simbólico, que rebasa constantemente lo metafórico y apunta al subconsciente, Paradzhánov nos presenta las distintas etapas del poeta Sayat-Nova a través de puestas en escena casi teatrales pero de una composición geométrica delirante. Personajes desdoblados, multiplicidades que bien pueden ser espejos, mundos dentro de mundos (como el bello encuadre cenital donde los libros abiertos abarcan la parte más alta de la casa-cuerpo) figuras geométricas y una carga religiosa, abren el subconsciente del sparring que apenas puede subir la guardia. El collage dadaísta ha sido superado en tanto lógica esquemática, la imagen poderosa, subversiva, humorística ha sido rebasada por una escena donde el Sayat-Nova infante imita el trotar de un caballo y después, en la madurez, donde se sacrifican tres animales y de su cuello corre agua inagotable color de la granada.

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Respondemos a formas y figuras ensambladas de cierta manera, independientemente de su procedencia y complejidad. La transcripción, literal y libre al mismo tiempo, que realiza el cineasta soviético Serguéi Paradzhánov de los textos del poeta Sayat Nova, cuyo nombre da título a la película en su idioma original, es de una insondable nitidez simbólica, de naturaleza críptica y, sin embargo, transparente. El color de la granada es un filme que presenta un lento caudal de tableaux vivants presentando el crecimiento del joven poeta de la infancia a la vejez y  que dejan una profunda marca en el inconsciente tan vivaz como la que deja el rojo jugo de la granada en un paño blanco. De este modo, dejar que las imágenes labradas por  Paradzhánov corran libres por nuestra cabeza como el dulce y casi indeleble líquido hace indispensable purificar la percepción para distinguir las formas que se dibujan tenuemente en la misma.

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El término poesía cinematográfica es usado con frecuencia para describir cualquier película con tomas lentas, cámara fija o extensos planos secuencia sin un objetivo concreto más allá de ahorrar tomas. La vulgarización de esta etiqueta nos ha llevado a olvidarnos del verdadero cine poesía, aquel cuya gramática empuja los límites del celuloide y de nuestra conciencia. Ese que tan bien cultivaron/cultivan los cineastas soviéticos y de Europa del Este. El color de la granada es una cinta biográfica que supera su categorización. Esta es la vida de Sayat-Nova y no lo es. Hay en cada retablo los suficientes significados para escarbar por años; el golpe de las composiciones anuncia el encuentro del arte y la emoción. El cine nació como entretenimiento, definió su trascendencia cuando nos llevó más allá de nuestra realidad, desafió nuestra existencia. Cómo no conmoverse ante ese niño que espera mientras decenas de libros se secan a sus pies, página tras página. A lo largo de toda la película se propone un juego entre el espectador y el cineasta, alegoría y geometría, el autor y su poesía.

La vida y las razones para vivirla.

Por Icnitl Ytzamat-ul Contreras García (@Mariodelacerna),
JJ Negrete (@jjnegretec) & Rafael Paz (@pazespa)

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