Todo aquello que responde a los instintos de placer y gratificación inmediata encuentra los favores de la popularidad. En tiempos en los que la corrección política y la imposición de la cortesía sofocan la bestialidad humana, la fantasía del animal domesticado radica en contemplar como otros rompen cadenas de convicciones de una manera intempestiva y por momentos burda. El cineasta argentino Damián Szifrón, conocido por la creación de las series televisivas Los simuladores y Hermanos y detectives, ambas refriteadas en México, borda una serie de viñetas que tienen en común la venganza clasista.
La viñetas tienen el tono e ingenio narrativo que se aprecia bajo un crisol almodovariano (no por nada, el filme esta producido por El deseo, su casa productora) van desde un piloto que ha fraguado una venganza multitudinaria en pleno vuelo, pasando por un funcionario que explota contra la burocracia hasta una boda de ceremoniosa psicosis. Szifrón se apoya en un elenco realmente entrañable que incluye a la superestrella argentina Ricardo Darín, Dario Grandinetti, Erica Rivas, Oscar Martínez y Rita Cortese entre muchos otros, así como en una endemoniadamente hábil construcción narrativa que recuerda a las Historias extraordinarias (2008) del cineasta argentino Mariano Llinás.
Relatos salvajes (2014) conecta directamente con la empatía del público gracias a su denuncia instintiva y fúrica, en el salvajismo que yace debajo de la convención y cuyo alivio en pantalla conforta y empodera lúdicamente al espectador que se ve asfixiado por la burocracia, la política, el resentimiento, el abuso y la infidelidad. Las nociones de “salvajismo” que plantea Szifrón son bastante rudimentarias pero lo suficientemente controladas para no incomodar sino generar un entretenimiento visceral a través de un revisionismo clásico, aceitado a base de bilis.
Las viñetas se mueven de lo cómico a lo macabro con admirable facilidad, generando una empatía cuestionable con los personajes, indecisos sobre aplaudir eufóricamente sus decisiones o contemplarlas con desprecio por su cariz agresivo. ¿Se debería recriminar a un quién acaricia el lomo de una bestia que acaba de arrancarle la mano a un cruel amo? Científicos sociales como Hobbes o Rosseau, podrían decirnos que es lo esperado, pero no lo deseado.
Quizá el problema de Relatos salvajes es que se presenta como una serie de fábulas bestiales, irreales y simplistas, que refrendan el hecho de que nuestras jaulas son demasiado grandes como para ser rotas, independientemente de la fuerza de este animal narrativo, no es más que rabia espectacular, una en la que los códigos éticos y morales se ponen como limitaciones a la supervivencia en un mundo regido por salvajes de revista. Nos compadecemos y conectamos con el padecimiento de estos pobres animales, pero nada se hace para anular su cautiverio.
Por JJ Negrete (@jjnegretec)