FICM | ‘Gravedad’: El espectáculo del vacío

En el espacio la vida es imposible. La temperatura extremosa anula cualquier posibilidad, la comunicación es imposible, el sonido no tiene manera de viajar y sin embargo el drama humano se desdobla en vertiginoso baile antigravitacional durante los primeros 20 minutos de Gravedad (Gravity, 2013), escena que parece contradecir, con brío retador, su propio prólogo. Es en este delicado y apabullante ballet cósmico que conocemos a los dos personajes que habrán de desarrollar su elemental psicodrama en el perfecto telón: el vacío espacial, iluminados por millares de astros. Sandra Bullock interpreta a la Doctora Ryan Stone, quien realiza una misión de mantenimiento a un satélite junto con el Teniente Matt Kowalski (George Clooney) y otro astronauta que cubre la cuota étnica y que, como no es superestrella, aparentemente no vale la pena mencionar.

Es bien conocido el hecho de que Alfonso Cuarón, después de su alabado trabajo en la fábula apocalíptica Niños del hombre (Children of Men, 2006), tardó 7 años en montar todo el colosal espectáculo visual de Gravity, desde la concepción y transformación de la idea junto con su hijo Jonás (autor del fusil a Chris Marker, Año uña), pasando por el tortuoso cambio de actrices protagonistas (Natalie Portman y Angelina Jolie estuvieron muy cerca del rol), los notorios compromisos realizados con el estudio Warner Brothers y el monumental trabajo de postproducción que llevó al mismo Cuaron a declarar que no se volvería a aventar otra chambita de éstas. El resultado, cuando menos a nivel de espectáculo visual, ciertamente valió la pena.

Como usted, querido lector, seguramente ya ha leído en otras partes, la coreografía del vértigo propuesta por Cuarón, reinventa su capacidad técnica para empujarla a niveles de virtuosismo fílmico raras veces presenciados en el cine. De un portento abrumador, una nitidez agudísima y una belleza inigualable, el trabajo bordado con cuidado y precisión –en extremo rigurosa– por Cuarón y su equipo es de una perfección técnica contundente. Destaca, desde luego, la prodigiosa labor del cinematógrafo Emmanuel ‘El Chivo’ Lubezki, quien continúa dando de uso de la luz. Después de trabajos que ya habían sido elogiados como magistrales en cintas como La leyenda del jinete sin cabeza (Sleepy Hollow, 1999) de Burton, Children of Men y El árbol de la vida (The Tree of Life, 2011) de Malick, Lubezki se encuentra ya muy por encima de cualquier reconocimiento que pueda venírsele en el futuro, incluyendo el elusivo pelón de oro.

Por otra parte, Sandra Bullock crea un personaje reactivo, basándose en su innegable carisma y star power. Bullock deja atrás esa personalidad para entregarnos no una interpretación sino emoción cruda, de una concentración impecable y físicamente demandante, un reto que la actriz sortea con un desempeño sólido y entrañable, resultando particularmente conmovedor el momento en el que la Dra. Stone, después de un alud de horror, encuentra refugio en una reconfortante posición fetal que emula al feto de Kubrick en 2001: Odisea del espacio (2001: A Space Odyssey1968).

Sin embargo, no cuenta con una réplica del mismo tamaño por parte de Clooney, quien interpreta a Kowalski con una mezcla del distanciamiento cool-evasivo de Danny Ocean (Ocean’s Eleven, 2001) y el histrionismo patriotero de Buzz Lightyear. Mientras que Sandra Bullock se deshace de su star persona, Clooney se aferra a ella aun con mayor fuerza, como si no hubiera expresión más ansiosa del pánico que la absoluta parsimonia y el exacerbamiento ególatra del carisma.

A pesar de toda su maestría y pericia, Los cuarones no encuentran en su planteamiento un maridaje equilibrado con la vastedad espacial en la que se desplazan. El núcleo temático de Gravity se encuentra más cercano al discurso elemental, básico y de mass appeal de James Cameron (Avatar, 2009) que a las sesudas cuestiones planteadas por el maestro ruso Tarkovsky (Solaris, 1972) o por el ídolo auterista Kubrick (2001: A Space Odyssey), decisión que responde naturalmente a una cuestión de mercados y no necesariamente a una de ética creativa. Esta conclusión se desprende del hecho que el trabajo de Cuarón difícilmente ha sido de una lectura unidimensional, siempre de una riqueza de ideas saludable. El problema central en Gravity, como ya sentenció el crítico Richard Brody para The New Yorker (uno de los pocos medios estadounidenses que no se deshizo en halagos a la cinta) es la pobreza y austeridad de sus ideas.

Desde luego que los elementos están ahí, como la soledad, el desapego, la religión cósmica (sea en el heterodoxo mundo soviético o en el ascético panorama asiático), el regodeo en el horror e incluso el imponente poderío femenino, pero a ellos se antepone el patrón repetitivo del thrill, la adrenalina como aliciente creativo y lecciones de vida, tan explotadas que su resonancia se ha visto mermada.

La tragedia no sólo es importante y necesaria, se vuelve fundamento único para el movimiento de los personajes. No hay una confrontación real con la naturaleza humana, no existe, ni en el lugar más oscuro y silente, el silencio y la oscuridad, no existe en el lugar más solitario, la soledad. El espacio es el lugar donde nuestra insignificancia y vacuidad se hacen patentes. Por ende, se da la huida, cuestionar nuestro papel fuera del mundo terrenal, es lo que causa un verdadero pánico.

Por JJ Negrete (@jjnegretec)

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