Hay dos cosas en Cola de mono (2018), el trabajo más reciente detrás de la cámara del periodista, escritor y cineasta chileno Alberto Fuguet, que permanecen cuando se encienden las luces y los créditos luchan por la atención de los espectadores deseosos de abandonar la oscuridad de la proyección: colores saturados y música, en especifico, la de UPA!, ambas crean un aturdimiento muy adolescente y son el hilo conductor de las acciones al centro de la cinta.
La película captura las últimas horas del 24 de diciembre de 1986, enmarcadas por un verano infernal en el Chile de Augusto Pinochet. Los protagonistas son un par de hermanos, Borja (Cristóbal Rodríguez Costabal) y Vicente (Santiago Rodríguez Costabal) –comparten genes en la vida real–, aburridos en las últimas horas del día, pasan el tiempo hablando de películas, sobre todo Borja, y planeando un próximo viaje al cine para ver Aliens.
La noche se enmarcará por el hallazgo de la verdadera sexualidad de Vicente, que Borja tomará como señal para explorar la propia. Y los conflictos de Vicente por tratar de satisfacer su deseo sexual en la calurosa noche chilena.
La pluma de Fuguet es reconocida por mezclar su gran cinefilia con algunos elementos biográficos de su vida, Cola de mono no es la excepción dentro de su obra. La historia escrita por el realizador propone una coctel de ambas cosas, funcionando como un recuerdo, una fantasía cargada de colores y motivos cinematográficos.
El largometraje termina por ser una orgía del fanatismo de Fuguet por directores como Brian De Palma, William Friedkin (su Cruising es referenciado de manera abierta en la cinta), Pedro Almodóvar, Douglas Sirk y Joao Pedro Rodrigues. Donde todos ponen una parte de su trabajo y al mismo tiempo se transforma bajo la mirada de Fuguet, sumado a su amor por el cine de género ochentero.
Ante esas referencias, sería un despropósito pedir realismo de parte de la película, además de que el cineasta detrás de ésta no tiene el mínimo interés por tomar ese camino. Esta es una fantasía cargada de sexo, un viaje pesadillesco donde el cuerpo toma el papel protagónico. El foco está en la travesía de Borja mientras descubre su sexualidad y el deseo que ha reprimido por desconocimiento de su persona.
Por su parte, Vicente vive un trayecto similar, aunque en su caso no se trata de un despertar sexual sino de un choque con la represión social a la que su homosexualidad lo enfrenta. A pesar de un par de referencias al gobierno de Pinochet, la cinta no habla de la represión de su gobierno sino de las maneras en que la sociedad chilena de esos años cercaba a la comunidad homosexual.
De manera similar a Cruising, donde un policía (Al Pacino) se infiltra en la comunidad gay de Greenwich Village, en Nueva York, para atrapar a un asesino y termina por descubrir que ese mundo sin reglas le resulta muy atractivo, Cola de mono es un retrato de dos personas que se descubren libres y, al mismo tiempo, reprimidos, deseosos de romper las “normas”.
Son receptáculos de una pasión abrasiva, de una necesidad de expresión que vive con miedo, aunque eventualmente encuentre la manera de expresarse en una saturada paleta de colores.
Por Rafael Paz (@pazespa)