‘Estación Central’: La búsqueda y el viaje

Mucho se habla de viajar, séase por una estadía en vacaciones, negocios o un breve paseo. Pero poco se menciona sobre las sensaciones producidas tras atestiguar un panorama de vida distinto al usual, conformado por un bagaje de paisajes, personas, tradiciones y acentos en los que el desacostumbrado oído halla un peculiar folclor.

En otras condiciones, una búsqueda personal es la única razón para dejar atrás toda pertenencia y fuertes vínculos humanos y así encontrar el anhelo de realización que añora el alma. Walter Salles es quizás uno de los cineastas brasileños más reconocidos de la actualidad y con Estación Central (Central Do Brasil, 1998) mostró un periplo convertido en un road trip de contrastantes realidades, humanidades y pizcas de redención.

Dora (Fernanda Montenegro) es una ex maestra de escuela en Río de Janeiro que trabaja en la citada estación, una de las más concurridas de Brasil. Avejentada, fría y cascarrabias, escribe cartas que personas analfabetas le dictan, éstos con la esperanza de que sean enviadas a sus destinatarios. No obstante, contrario a lo que pudiera pensarse, la mujer sólo realiza el dictado y en casa comparte el contenido con su amiga Irene (Marilia Pera), desechando aquellas que son inservibles o archivando las que considera las más decentes en un viejo cajón repleto.

Entre las cartas del día a día que recibe, le llega la de Ana (Soia Lira), una madre soltera acompañada por Josué (Vinicius de Oliveira), su hijo de nueve años, quien pide redactar una dirigida al padre del niño. Sin embargo, poco después, la mujer fallece de manera abrupta en un accidente de autobús, quedando Josué huérfano. Dora decide llevárselo y atender la petición de la carta, embarcándose ambos en un viaje en el que se encontrarán consigo mismos y sus vacíos personales, hallando así un bálsamo de consuelo en compañía (ella, la falta de amor en su vida; él, la orfandad).

A simple vista, podría parecer un sencillo melodrama convencional de carretera. Pero dista mucho de serlo. Salles, quien posteriormente se especializaría en las realizaciones personales en medio de road trips, con obras como la andanza de un joven Ché Guevara por Sudamérica en Diarios de motocicleta (2008) y la del escritor de la generación beat Jack Kerouac por Estados Unidos en En el camino (On The Road, 2012), plasma un Brasil con dos capas diferentes y definitorias como país.

En la citadina y aglomerada Rio de Janeiro, donde converge el vaivén de personas en la estación central, la crisis económica se representa en la delincuencia callejera que obliga a robar para sobrevivir; existen también la indiferencia humana ante la tragedia ajena y la clandestinidad en la operación de grupos criminales. Mientras tanto, en el camino al distante poblado de Bom Jesus es evidente la predominancia de la pobreza y el analfabetismo en la zona rural (problemáticas sociales típicas de Latinoamérica), además de la devoción religiosa que busca guiar al viajero, manifestándose través de la fe con frases disfrazadas de rezos colocadas en los camiones y en la ceremonia en honor a un santo.

La emotividad la acompaña y el núcleo central es el inevitable (y necesario) lazo de amistad que surge entre el niño y Dora. Ambos tienen claroscuros que nunca desaparecen en la odisea: la ex maestra es también cínica, dura y egoísta, buscando su propio beneficio a través del engaño de su “negocio de cartas” y en sus intentos de abandonar a Josué a su suerte, pero poco a poco cede a su “lado benévolo” al rescatarlo de una organización criminal y ayudándole a encontrar al padre perdido, recordándole un triste pasado un tanto similar que se empeña en sepultar. Josué es rebelde, desconfiado, temperamental y obstinado; idealiza a la ausente figura paterna que tanto desea conocer, renuente en un inicio a aceptar su pérdida materna. Las corazas de los personajes se resquebrajan conforme conviven entre sí e interactúan con otras personas, entre ellos un camionero evangelista, un grupo de creyentes y los habitantes de un pueblo necesitado.

El viaje, con tropiezos entremezclados con esperanza, los transforma. La mujer va recobrando también una confianza y una feminidad perdidas mucho tiempo atrás (volviendo a usar después de muchos años un lipstick y un vestido). En tanto, la fe de Josué bate todo obstáculo y decepción en la búsqueda, encontrando en Dora no únicamente a una aliada, sino también un amor parecido al de una familia.

Walter Salles convierte la andanza en una oda a las segundas oportunidades y al encuentro personal, con una conclusión digna de una delicada carta o una emblemática postal: el road trip enaltecido con la fotografía de Walter Carlvalho y con una muy aplaudible Fernanda Montenegro, quien, como Dora, logra transmitir una franca amargura, que es una máscara que oculta a una mujer lastimada y con remordimientos, invitándosele a recuperar la bondad.

Viajar es a veces circunstancial, sin importar el tiempo ni la demora. Y tal como reza Gabriel García Márquez, redescubierto en las librerías por su fallecimiento, en uno de sus poemas: “Viajar es volverse mundano, es conocer otra gente, es volver a empezar”.

Por Mariana Fernández (@mariana_ferfab)

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