Ese cliché que disfrutas

La última pelea (Warrior, 2011) narra la historia de dos hermanos, Brendan (Joel Edgerton) y Tommy (Tom Hardy), que fueron separados durante su adolescencia. Uno partió con su madre y el otro permaneció junto a su padre alcohólico de nombre Paddy.

Hasta aquí nada fuera de lo común, una clásica historia para enmarcar una película sobre peleadores –no importa si es box o artes marciales mixtas–, e inclusive con tener algunos antecedentes cinematográficos es posible que adivinen el final hacia la mitad de la cinta.

Pero el director Gavin O’Connor logra con todas las herramientas que posee el cine que pasemos por alto los lugares comunes y nos adentremos en la historia de sus protagonistas, se los dice alguien que en su vida ha visto una pelea de la UFC –duró menos de un minuto, por cierto– y que durante los enfrentamientos en la jaula estaba al borde de la butaca.

Brendan es un profesor de física  agobiado por las deudas y la hipoteca de su casa decide regresar a su antigua carrera de luchador profesional y así pagar sus deudas. Del otro lado, Tommy es un ex-militar de pasado sospechoso y que retorna al mundo de las artes marciales mixtas para pagar una deuda con la esposa de su mejor amigo.

Así, los dos personajes principales representan estratos amplios de la población norteamericana: de un lado  a todos aquellos que se vieron afectados por la crisis inmobiliaria que dejó a miles en la bancarrota, por otro los soldados que regresan de Irak y Afganistán a una sociedad que los rechaza.

El guión es responsabilidad del director junto a Anthony Tambakis y Cliff Dorfman (que, entre otras cosas, fue guionista de Beverly Hills 90210), los tres entregan un buen trabajo, quizá el único reproche sería el desarrollo de algunos personajes secundarios sin que ello reste calidad al resultado final.

Otro punto fuerte de La última pelea es su trabajo histriónico y es quizá lo que hace que los clichés sean aceptables en la trama. Joel Edgerton y Nick Nolte brindan solidas actuaciones como el padre de familia desesperado y el progenitor antes alcohóllico, respectivamente. Pero quien demuestra que está listo para ser considerado un gran actor es Tom Hardy, a quien la mayoría seguro recuerda por su papel de Eames en El Origen (Inception, 2011).

A Hardy, al igual que el otro gran actor de su generación Michael Fassbender, le depara un futuro promisorio. Su interpretación es física y con eso no quiere decir que sólo se vea bien a cuadro. Su Tommy es un hombre duro, curtido por los golpes de la vida, pero con un corazón enorme y Hardy lo vuelve entrañable para el espectador, quien se siente identificado con él. Todo esto es mérito de Hardy y de nadie más. No puedo aguantar a ver qué se traen Christopher Nolan y Tom Hardy entre manos para el final de Batman.

La última pelea es ese cliché que disfrutas y con el que te dejas llevar. Y seguramente estará peleando algunas candidaturas en los Oscar en la categoría de Mejor Película y en las de actuaciones.

Después de todo, si algo me enseñó Warrior es que las heridas sanan, a veces a golpes en una jaula octagonal, a veces la vida y el tiempo se encargan de ello. Pero sanan.

Por Rafael Paz

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