‘En La Estancia’ y la caída de los espejos

Pero yo, por facilitar más el negocio y por no dejar de la mano tan buen hallazgo,
le truje a mi casa, donde en poco más de mes y medio la tradujo toda,
del mismo modo que aquí se refiere.
Del hallazgo del manuscrito, Cervantes

La frontera como un espacio lúdico de transgresión. Hurgar en las fisuras, encontrar los espectros que se esconden detrás de las formas definidas;  diálogo en una habitación de espejos. La máscara como forma de ser. En La Estancia (2014), es una narración tripartita dividida en dos. I. Espacio y II. Tiempo es la apuesta lúdica de Carlos Armella (ganador del León de Oro en el Festival de Venecia 2008) del como si.

Encuadres fuera de foco, cámara en mano e interacción documentalista-personajes, dibujan los espacios abandonados de un pueblo minero fantasma en Guanajuato. Jesús Vallejo (un nonagenario Don Chuy) habita las ruinas de un pueblo  -como Pedro habita a Susana en su memoria extraviada-  en el que sólo quedan él y su hijo Juan Diego (mimético y sustancial Gilberto Barraza). Sebastián (forzado Waldo Facco), quien está ahí para filmar su proyecto cinematográfico, trata de abrirse paso en el imaginario de la dualidad robinsoniana. ¿Cómo entender la historia sino a través del testimonio y de los vestigios?

El I. Espacio y las ruinas como universales: “En esta foto no se distingue/ Si es Pakistán o es una calle de Tijuana/ Pudiera ser cualquier ciudad africana/ Lo seguro es que la zona es totalmente/ Desolada”, lugares que don Jesús y su hijo van reconstruyendo cada vez que tocan sus paredes sin techo y minas derrumbadas. Espacio-analogía, universo aislado que sólo cobra realidad al ser encuadrado.

Juan Diego lleva el filme, rebasa al camarógrafo, al director de pretensiones cuestionables; Juan Diego está tan bien construido que nos perdemos en su ficción. Sonreímos cuando en su sencillez deja ver que Sebastián pertenece a otra lógica, a la del director ajeno, al que necesita sentirse artista para estar bien en el mundo, al que la cámara sólo le sirve como una forma de status.

En II. Tiempo, las voces se vuelven narración plástica, fotografía y montaje de transición que nos dan un respiro, una pausa contemplativa en la que la imagen cobra fuerza y presencia. II. Tiempo, el más breves de los capítulos, pero de una síntesis de verso.

III. La Estancia. La brevedad es una virtud; los cuentos depurados de Borges no tienen nada fuera de lugar. La tercera parte pierde la sutileza de las dos primeras, pierde la transgresión entre las fronteras narrativas y pierde en argumento. Personajes simples, pretensiosos y de poca fuerza tratan de mostrar un tercer punto de encuentro: el regreso. Sebastián y su novia (desafortunada Natalia Gatto) van en busca de Juan Diego para terminar el proyecto inconcluso. Nada agrega a los capítulos que le anteceden. La segunda mitad del filme de Armella es otra película, otra idea la rige. La sutileza del engaño, el fino hilvanado de espejos que leímos como si fuera una Historia de la literatura de Borges o de Bolaño, quedan en el olvido cuando III. La Estancia abre los lugares comunes de la ficción y la narración. Las formas a priori de la sensibilidad han ganado en la desarticulación de las mismas.

Por Icnitl Y García (@Mariodelacerna)

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