En el nombre sea de Cronenberg: ‘Antiviral’ y la continuación de ‘la nueva carne’

Vivir en la piel del otro. ¿De quién eres fan intenso? ¿De Madonna, de Michael Jackson? ¿Cuánto pagarías por saber el detalle más íntimo del artista que más te obsesiona? ¿Te gustaría vivir su vida? ¿Conocerlo a detalle? Con gran expectativa y el peso del nombre de su padre a cuestas, por fin se estrena en salas comerciales Antiviral, ópera prima de Brandon Cronenberg, hijo del cineasta canadiense David Cronenberg, película que deja de manifiesto la comparación ineludible con su papá, sobre todo por la temática y estética, que son evidente influencia del director de Videodrome (1983) y Crash (1996).

A la vieja y grotesca usanza del trabajo de su padre, Brandon narra en Antiviral un futuro probable, en donde las obsesiones y fanatismo hacia los artistas han generado un jugoso mercado para Lucas Clinic, empresa dedicada a crear una suerte de ‘comunión biológica’ entre los fans y sus ídolos mediáticos, la cual consiste en inyectarse virus con las enfermedades padecidas por los artistas, con el objetivo de generar fuertes vínculos con ellos.

Bien dicen que los hijos son extensiones mismas de sus progenitores, una suerte de prolongación de nuestra combinación genética, y en el terreno cinematográfico. El hijo del autor de A History of Violence (2005) y Cosmopolis (2012) crea una película que lleva a la pantalla parte del lenguaje, discurso y estética de lo más granado de la filmografía de su padre: el culto a la ‘nueva carne’, futuros pervertidos y siniestros que se presumen altamente probables, esa pasión por la estética de lo grotescos, a través de protagonistas cada vez más fríos y afilados (un blanquísimo, andrógino y ambicioso Caleb Landry Jones), aunque eso sí, un tanto más estilizados y recargados en sus acciones, en vez del diálogo, como fue el caso de Cosmopolis, cinta que compartió espacio con Antiviral en la edición 2012 del Festival de Cannes.

Después de tratar de encontrar una voz propia en el mundo de la pintura, la escritura y la música, y de vivir con esa suerte con la que han corrido músicos del calibre de Sean Lennon y Jacob Dylan, Brandon Cronenberg parece haber dado un paso firme e interesante con Antiviral, cinta atractiva visualmente (con una saturación de luz bastante atinada que macha adecuadamente con la historia) y con un guión por demás logrado.

No obstante, quedará para el morbo y juicio público la comparación inevitable con su padre, los recursos estéticos y los consejos en la forma de hacer cine son evidentes, pero caminan en función de una película interesante y que vale la pena. Exigir o esperar algo distinto es especular de más, ya que Antiviral se deja ver con y sin la sombra del director de Naked Lunch (1991).

Resta decir que será interesante ver hacia dónde se define el trabajo de Brandon, quien ronda los 33 años y nos entrega este filme con una fuerte influencia del horror estilizado que quizá hemos atisbado en películas como Halley (2012) del mexicano Sebastián Hofman, La piel que habito (2010) de Pedro Almodóvar, o la ya mencionada Cosmopolis, las cuales han virado sus escenarios apocalípticos hacia un énfasis del individuo que intenta desgajar aún más esa sociedad que no deja de perder la cabeza, pervertida y socavada por sus esquemas mediáticos, sexuales e ideológicos.

Con una claridad narrativa más definida que en algunas películas recargadas de David Cronenberg,  pero con líneas estilísticas que aún se perciben iniciales (Brandon editó la película después de su estreno, dejándola con casi seis minutos menos de su versión definitiva), Antiviral contiene un doble discurso, que por un lado hinca los colmillos en una visión mordaz de la sociedad y los excesos del glamour y su construcción de efigies mediáticas. Y por el otro lado del camino, nos encontramos con ese aspecto físico y voraz de la carne llevada al extremo de sus miedos y anhelos por la identificación y la permanencia, bajo una estética que tiene especial cuidado en su imagen, la cual coquetea con reminiscencias al videoarte, sin ser una película conceptual o abigarrada, cargada de símbolos o líneas discursivas.

Antiviral es ante todo una película sólida e intensamente interesante que se sostiene por sí sola, aunque sí se percibe esa sensación de que algo falta. Brandon Cronenberg parece tomar la estafeta de una carrera de más de veinte filmes; veremos cómo se desmarca del estilo de David o cómo llena ese saco. En ese sentido, aún es muy pronto para ver su ópera prima en un plano general, pero es un hecho que sí tiene elementos para deleitar a los fans de Rabid (1977) y The Fly (1986), con sus mutaciones, horrores científicos y escenarios probables despiadados, así como a los deseosos de películas claras con historias sólidas, sin la presión de cumplir con originalidad, innovación o pretensión estética opuesta a la de sus influencias primigenias.

Por Ricardo Pineda (@RAikA83)

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