Durante la grabación de Yo Confieso (1953) Alfred Hitchcock y Montgomery Clift tuvieron varios desacuerdos. El más importante se debía a que el actor era incapaz de comprender por qué el inglés le pedía hacer gestos en los primeros planos. Cliff –ferviente usuario de “el método”- no vislumbraba que para Hitchcock una sola mirada ante la cámara desanudaba las intenciones, los pensamientos del personaje.

Juan José Campanella (El hijo de la novia, 2001), sí lo comprendió. Tomó ese detalle del maestro y lo maximizó en su filme ganador del Óscar -Mejor Película Extrajera- El secreto de sus ojos (2009).

El guión cuenta la historia de Benjamín Esposito (Ricardo Darín), un policía retirado que ante la inutilidad de su vida decide convertirse en novelista. Con el propósito de exorcizar uno de sus recuerdos. Un crimen de una monstruosidad inconmensurable, fosilizado en su memoria.

La investigación del asesinato es el hilo conductor de trama, alternando el retiro de Esposito con flashbacks. Ahí se nota el bagaje adquirido por Campanella en Estados Unidos, su trabajo en suelo americano consistía en dirigir episodios de La Ley y El Orden y Doctor House.

Al igual que en esas series televisivas –las cuales le deben mucho a Hitchcock-, para el argentino lo más importante no es el crimen en sí, sino todo lo que se desarrolla alrededor de la tragedia.

De esta manera el director combina humor, tragedia y amor buscando que su película sea disfrutable antes que pretensiosa. Por eso una mirada lo es todo.

Así el amor/obsesión que denota la mirada de Isidoro (Javier Godino), en una serie de fotografías viejas, es que motiva a Esposito a continuar con el caso, una mirada que él conoce muy bien. Como espectadores comprobamos en las instantáneas de la fiesta de compromiso de Irene (Soledad Villamil), que los ojos de Benjamín tienen la misma mirada para su amor prohibido.

En ése sentido la elección del reparto no podría ser mejor. Cada uno de los histriones es dueño de un semblante lleno de matices. Un gesto, un guiño es todo lo que necesitamos para saber lo que piensan.

Por ejemplo Guillermo Francella y su entrañable interpretación como Pablo Sandoval, la mano derecha de Esposito. Con un primer plano de sus ojos, entendemos que es capaz de dar la vida por su único amigo. Podríamos repasar uno a uno los miembros del reparto y no hay quien esté exento de tan singular característica.

Campanella tiene la ventaja de vivir y hacer cine en una época dónde la censura se ha relajado bastante. Las escenas de la violación y asesinato de Liliana Coloto (Carla Quevedo) nos ayudan a comprender la fijación del detective por este homicidio en particular. Algo que a Hitchcock no le hubiera sido permitido por David O. Selznick, ni el Código Hays.

El cineasta argentino logra la combinación entre arte y entretenimiento, algo que rara vez buscan, y menos obtienen, los realizadores latinoamericanos.

Apoyado en una adecuada ambientación de la Argentina de los años 70, destacando el fotógrafo, Félix Monti; sólo el perfecto plano secuencia del estadio de futbol bien vale el boleto de entrada.

No hay necesidad de que el cine latinoamericano sea pretencioso en sus fines, lo único que se necesita es contar una buena historia.

Campanella nos enseña que los ojos son la ventana de nuestras emociones, el espacio dónde nuestras intenciones están a la vista de todos, no importa si eres un asesino o un simple enamorado.

Por Rafael Paz (@pazespa)

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