El paraíso puede irse a la mierda, pero la vida se queda

Vivimos en un mundo lleno de posibilidades y, en el mayor número de casos, lo que parece una actividad de rutina puede transmutarse en la última acción de nuestras vidas. El escenario funesto forma parte de la vida de cualquier humano, lo realmente particular es cómo se lidia con una tragedia. Los Descendientes de Alexander Payne es el mejor ejemplo de lo que las confrontaciones pueden lograr.

Habitante de Hawaii, Matt King (George Clooney) es un abogado sin mucho tiempo libre para estar en el hogar. Cuando su esposa Elizabeth King (Patricia Hastie) sufre un accidente que la deja en estado de coma, Matt se ve obligado a regresar a su casa y hacerse cargo de sus hijas: la adolescente Alexandra (Shailene Woodly), y la pequeña Scottie (Amara Miller).

Lo que pasa en la vida de una familia contemporánea que enfrenta una pérdida, como lo dice King al principio del filme, notoriamente no sería menos difícil por el hecho de residir en un lugar tan idealizado como el paradisiaco Hawaii. “El paraíso puede irse a la mierda”, podemos escuchar en voz en off mientras se despliegan una serie de imágenes catastróficas en la isla.

Alexander Payne juega con una serie de recursos sencillos, sutiles y pintorescos para referir esa condición universal que se llama sufrimiento y también la necesaria reflexión hacia la madurez que conlleva esta experiencia.

El hecho de que Matt reclame a su esposa en coma por haberlo engañado con Brian Speer (Matthew Lillard), un vendedor de bienes raíces, sólo demuestra que la vida misma, las acciones y las consecuencias, siguen siendo una parte humana, espontánea, que no diferencia nada cercano a un comportamiento convencionalista.

Encima de tener que lidiar con la terrible noticia de la muerte inminente de su esposa, pues su decisión de no vivir en estado vegetativo estaba concretada antes del accidente, Matt King tiene sobre la mesa: la readaptación a un mundo como padre en el que casi nunca participaba, la decisión de vender el fideicomiso heredado por él y el resto de su familia, o sea, los descendientes de una princesa hawaiiana, y el hecho mismo de que se encontraba contra una serie de decisiones personales que nunca se había preocupado o no había querido por tomar.

A pesar de que este escenario podría leerse terriblemente caótico, me parece que la manera  en que Payne armoniza sus recursos, como mostrar imágenes e incluir metáforas sencillas y suficientemente explícitas en voz en off –como cuando King habla de las islas que componen Hawai: incluso separadas forman parte del mismo espacio–  de tal manera que permite al espectador sentir una especie de familiaridad con ese escenario, comprenderlo, e ir de la mano, con un paso tranquilo, por las resoluciones que Matt King, casi intuitivamente va tomando.

A los recursos antes mencionados podrían agregársele una especial atención al manejo de los personajes. En este filme, Clooney desenvuelve una faceta ya conocida pero mucho más pulida que en sus trabajos anteriores, desarrollando en su personaje un carisma, una parte de conflicto moderado y una postura bien dosificada de emociones, que van desde lo dramático hasta lo neutral. En este sentido, el personaje se hace mucho más cercano a una realidad más verosímil, y sobretodo conocida, destruyendo el prejuicio de que en la desgracia la vida misma se para y se inunda en un mar de desolación desmedida, porque la realidad es que las flores siguen creciendo.

Vale la pena hacer una mención al personaje de la hija adolescente, Alexandra, quien demuestra un desarrollo sutil y consistente con las exigencias de la trama misma, pero más allá de ese requisito obligado del filme, la actriz Shailene Woodly aporta una interpretación sensible que logra sorprender  y hacer posibles los giros del personaje. En un primer momento parece ser sólo una adolescente rebelde e inconforme, para después, con la aparición de Syd (Nick Krause), quien parece ser un algo insensible-tonto-y-burlón compañero, transformarse en una mujer comprensiva e incluso muy inteligente en la toma de sus decisiones.

Con la entrega de premios Oscar casi en la esquina, la pregunta necesaria sale a flote: ¿Qué hace especial a The Descedents sobre los demás filmes? La respuesta se acerca más a los alcances de lo que la temática misma aborda: la experiencia de la desgracia puede convertirse en una terrible etapa, en un cúmulo de situaciones que propician el caos, en un paraíso que se nota arruinado, pero la realidad es que la vida, ese andar, lo que somos y lo que haremos, lejos de pararse, sigue avanzando y trasciende ese breve episodio de sufrimiento que, de cualquier forma, está implícito en ese largo camino por el que andamos.

Por Adele Snails

@Adelesnails

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