El “Bueno para Nada”. Contradicción Infantil.

El semiólogo francés Roland Barthes decía que las personas crean “personajes” o “mitologías” a partir de elementos reconocibles dentro de la cultura. El “personaje” se nutre de ciertas características, evidentes o implícitas, que poco a poco van forjando su identidad, identidad que se va gestando hasta llegar a un punto claro de reconocimiento y del cual surge una identificación secundaria. El proceso a través del cual pasamos de “estar identificados” a “ser identificados” es largo y complejo, pero una vez que se logra el reconocimiento colectivo como “personaje”, el escrutinio público es inevitable, sobre todo si se trata de un “personaje mediático”. Gaspar Henaine Capulina se convirtió en un ícono del “humorismo” en México, teniendo una trayectoria más reconocible en el ámbito cinematográfico, aunque buscó también proyección en la TV y en los medios impresos (el cómic de Capulinita se llegó a posicionar en la lista de los best-sellers del New York Times junto a las novelas de Danielle Steel).

Latencia Prolongada: Génesis del “Humorismo Blanco”

El humor y personaje de Capulina se basa en un principio moralista y arcaico: la ausencia de “situaciones obscenas” y “groserías”. Sin embargo, la ausencia de estos mismos elementos y la autocensura nos dejan con un personaje unidimensional, en latencia permanente, infantilizado y aparentemente carente de una personalidad dimensional, como un sacristán de parroquia. Y como el mismo sacristán, se limita a ser dirigido por otros, a responder con frases sin sentido que no son en lo más mínimo elaboradas y que recurren a un recurso dialéctico cuasi-dadaísta, totalmente diferente al de Cantinflas, caracterizado por una recargada sofisticación.

La condición del personaje de Capulina refleja aquella de un carácter asexuado, cuya única respuesta a los conflictos cotidianos es el pastelazo y el resbalón. Capulina fue un arquetipo importante en ese mentado “imaginario colectivo” del pueblo mexicano. El auge de su éxito se dio cuando en México estaba en apogeo el cine ñoño de cantantes españolas como Pily y Mily o los empalagosos y huecos melodramas colorizados de esa “loca juventud”, cuya amenaza más latente fue la rebeldía nihilista de un James Dean. En este contexto, y tomando como base la comedia de patiño, Viruta y Capulina alcanzan el estrellato, basados en libretos de otro ente infantilizado y sobrevaluado, Chespirito. Curioso notar el hecho de que en la comedia, el apodo define a la persona, especialmente en México, donde el alias representa un escape o un disfraz a través del cual se envía una diversa cantidad de mensajes.

Los héroes de antaño. A ver quién tiene el calzón más grande…

Viviendo la gente en México bajo un fuerte yugo de culpa católica, un personaje como Capulina se presenta como opción viable para obtener “sana diversión”. La definición de sanidad moral se encuentra en la construcción del personaje de Capulina. En sus más de 80 películas, logró definir el “humorismo blanco” como tal, carente de tonalidad, ausencia total de ingenio o refinación y sin embargo y al mismo tiempo, tan revelador de nuestra condición como personas, con bastantes ejemplos de las bases de la comedia en el cine (el slapstick de Mack Senett o Chaplin) y no es que ponga a Capulina en esos nichos, sin embargo, apeló a esas bases, tomó la universalidad de la comedia y las infantilizó aún más; todo dejo de la comedia subversiva de Chaplin se invirtió; Capulina no agrede al policía o a la figura de autoridad de manera voluntaria y, si lo hace, al final es redimido, aprehendiendo (casi siempre de manera burda) al criminal (también caricaturizado). Además, Capulina logró instaurar su propio principio lógico, con el cual confirma su ambigüedad e inmadurez emocional; el famoso “no lo sé, puede ser, a lo mejor, tal vez, quizá…”. Lástima que nunca supimos con certeza qué era lo que pensaba.

El terror del Absurdo & La búsqueda de identidad

En sus películas más celebres, Capulina repitió el mismo personaje, lo interesante es el modo en el que el personaje es presentado, sea haciendo apologías del paraíso alemanista en Buenos Días, Acapulco (1964), jugando con su ambigüedad moral en Dos Meseros Majaderos (1966) o ¿Detectives o Ladrones? (1967); vinculándose de una manera ridículamente solemne con la religión católica en Mi Padrino (1969); vanagloriándose en el pastelazo y la redundante simplonada en “a Batalla de los Pasteles (1966) o Dos Pintores muy pintorescos (1967) y hasta creando mitología local a lo Ed Wood con títulos como Capulina contra los Vampiros (1971), Capulina contra los monstruos (1974) o Capulina contra las momias de Guanajuato (1976) –una joya del género–, hasta finalmente lograr su consolidación como ente del sentir colectivo con películas como El Nano (1971) o El Naco más naco (1982), sentando las bases de lo que es “naco” para la sociedad mexicana contemporánea. Y no olvidemos su memorable duelo contra el Santo, en el que el objetivo era ver quien era más pueril o ingenuo. Una batalla complicada.

Opacando a Tin Tán…aunque sea en el Botadero

Después de una trayectoria errante durante más de 40 años, la represión moral generada por el soso humorismo blanco dio paso al otro extremo, el vulgar por vulgar, cambia la definición del “naco más naco”, convirtiendo al arquetipo cómico en un ser agresivo, dominante y bestial (ahí están Alberto Caballo Rojas o Alfonso Zayas) que usa el doble sentido como arma principal, intercambiando el pastelazo por el vergazo, anunciando el final del humorismo blanco y la identificación del mexicano con este personaje noble pero estúpido, cambiándolo por otro agresivo, pero estúpido. El personaje de Capulina hizo su primera aparición en la cinta Se los chupó la bruja, ahora, al final, la bruja se lo volvió a chupar. Descanse en paz, Rey de Monterrey.

El Santo sintetiza este texto en 15 palabras.

Por JJ Negrete

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