El Cisne Negro: el ballet no es cosa de niñas

“Para mí, observar una película es como ir a un parque de diversiones. Mi peor temor es hacer un filme que la gente no piense que es un buen paseo” Darren Aronofsky

La temporada de películas candidatas al Oscar se adelantó para las salas mexicanas. Contrario a sus costumbres los distribuidores han decidido estrenar casi todas las candidatas a Mejor Película antes de la ceremonia. El primer round estuvo a cargo de El Cisne Negro (Darren Aronofsky, 2010), y vaya que lo superó con creces.

La premisa de Black Swan es simple, Nina (Natalie Portman) es una bailarina de ballet con el único objetivo en mente de lograr la representación perfecta de El Lago de los Cisnes –quizá la única representación de ballet reconocible por el público en general a parte del Cascanueces.

Nina es controlada por su madre y a la vez es presionada por el director de la puesta en escena, quien la provoca para que exteriorice su lado más salvaje y así lograr una actuación más libre y pura. Como si esta presión no fuera suficiente, a la compañía llega una nueva bailarina desde San Francisco de nombre Lily (Mila Kunis) con una sexualidad evidente, contrario a la protagonista.

Esto lleva a Nina al borde de la locura. Derivando en un ingenioso juego cortesía de Aronofsky, en el cual el espectador es absorbido conforme avanza la cinta, donde separar la realidad de los episodios maniáticos se vuelve francamente complicado.

Darren Aronofsky vuelve con este largometraje al estilo que lo caracterizó en sus tres primeras producciones: Pi, El Orden del Caos (1998), Réquiem por un sueño (2000) y La fuente de la vida (2006). Y del cual se había alejado en su anterior entrega, El Luchador (2008).

Este estilo es una de las grandes virtudes de Black Swan, convierte una película de danza en un trepidante thriller psicológico. Hay que tener en cuenta el talento del director para saber contar esta historia, en manos de cualquier otro pelmazo hollywoodense fácilmente se hubiera convertido en la segunda parte de Pasión y Baile (Thomas Carter, 2001).

Aronofsky utiliza todas las herramientas a su disposición para sumergir al espectador en la historia, para ciertas personas es tanta la ansiedad que genera la cinta que es posible observar cómo se aferran a los brazos de la butaca, ni hablemos de la cantidad de uñas que fueron mordidas durante la proyección.

Pero no es sólo el talento del cineasta lo que convierte a El Cisne Negro en un excelente largometraje, la música y el casting son esenciales para el funcionamiento de todo el proyecto.

El reparto está compuesto por actores con carreras bastante disímiles entre sí. Encabezando a todos se encuentra Natalie Portman en el que es el papel más exigente de su carrera y el más atípico. Hasta este momento la actriz había mantenido una línea de niña buena de Hollywood siendo sus dos trabajos más aventurados Closer (Mike Nichols, 2004) y Hotel Chevalier (Wes Anderson, 2007). Su desempeño histriónico la ha llevado a ganar varios galardones –la lista es larga- y una nominación para el Oscar como Mejor Actriz Principal, el cual seguramente obtendrá.

Aunque Portman logra su mejor desempeño, sus compañeros de reparto no desentonan. Vicent Cassel es el director de la obra, con tintes de tirano y megalómano; Mila Kunis como la bailarina rival (qué bueno que dejó los papeles de pre púber que hacía en la televisión); Barbara Hershey como la madre de Nina y el ente más represor de toda la película; súmenle a Winona Ryder desempeñándose como la prima ballerina entrada en años, al borde del retiro y alcohólica –el personaje perfecto para una actriz en franco declive. Como podemos constatar el casting fue llevado con precisión.

Por su parte Clint Mansell, en su quinta colaboración con Aronofsky, entrega una banda sonora que resulta el acompañamiento perfecto para el largometraje; la música y la fotografía se combinan adecuadamente con la atmosfera que busca el director.

Existen varios juegos psicológicos de interesante manufactura. Por ejemplo el cuarto donde duerme Nina es de un rosa absoluto, símbolo de una niñez que no ha quedado atrás y al mismo tiempo reflejo de una gran represión sexual. En cambio el color negro es usado para marcar aquellos momentos donde Nina hace contacto con su sexualidad o cuando esta se desborda, la escena final es el punto climático en este sentido.

Black Swan no es una película sencilla de digerir para el espectador, el mundo de la danza nunca había sido retratado con tanta dureza. Unas y dedos rotos no es la imagen que asociamos con las bailarinas, pero Darren Aronofsky sale avante, demostrando que es un tipo con talento y que sus mejor trabajo todavía está en el tintero.

Antes de terminar, su próximo trabajo será la continuación de la saga de Wolverine. ¡Glup!

Por Rafael Paz

Pd Hablando con franqueza, la visceralidad y la falta de redención para con el personaje principal en El Luchador la hacen una mejor película que Black Swan, pero es sólo subjetividad de mi parte.

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