Con un presupuesto de tan sólo 200 mil pesos, Marcelino Islas Hernández completó su tesis. Decidió que tenía que romper la regla que le prohibía presentar un largometraje como trabajo de titulación y filmó su ópera prima con la longitud que él sintió que requería. Llegó hasta el Festival Internacional de Cine de Venecia y aún tiene un largo camino por delante.

La vida de Martha (Magda Vizcaíno) ha sido, por más de 30 años, trabajar en su pequeña oficina. Tomar el camión de ida y de regreso, cenar con su vecina, mirar de reojo la telenovela. Fumar. Un lunes su jefe le dice que una computadora hará su trabajo y que a partir del viernes —le apena mucho— ya no será necesaria su presencia.  Todo lo que tiene Martha se le va en una semana, y con ello parece que también su vida misma.

Lo impactante de Martha (2010) no viene de su factura, no viene de su propuesta, ni viene de sus intenciones. Lo que sorprende y refresca de esta cinta es su sinceridad. Marcelino Islas, guionista y director, logró con su primera película llegar a un cine que parecía estar olvidado en nuestro país: el cine hecho por amor al cine y nada más.

Y es que Martha, sí, toca imágenes que podrían sonarnos conocidas y hasta trilladas, como la vejez, la pobreza, el humor negro, y unas que otras tetas al aire. Pero lo hace desde un ángulo íntimo, sencillo y tan enfocado a los personajes que las imágenes se muestran sin reproche, sin crítica, sin afán de vender.  Martha no es una crítica social, es una crítica personal.

Definitivamente contemplativo, el filme está construido de forma pausada, reflexiva y casi hipnotizante, de tal manera que se vuelve imposible no colocarte en los incómodos zapatos de la protagonista.

En los aspectos técnicos, la película podría develarnos que los realizadores aún son jóvenes recién graduados, sin embargo no deja nada que desear y nos permite visualizar la iniciativa de un equipo de personas que comienza su trayectoria en la industria, a diferencia de los nombres ya conocidos que encontramos generalmente en las películas de la cartelera mexicana. La fotografía, de Rodrigo Sandoval, la edición, de Rodrigo Téllez y el diseño de producción, de Natalia Patiño, contribuyen de manera extraordinaria al ritmo de la película, que permite al público de cualquier edad a internarse en la mente de una señora mayor, a entender sus problemas y a sentir la fuerza de los acontecimientos que la rodean y a comprender las decisiones que toma.

Esta cinta, si bien está muy lejos de ser revolución en la cinematografía o una obra maestra, sí es una cinta memorable y digna de nuestra atención. Nos lleva a pensar de manera diferente acerca del cine mexicano que hemos visto en las últimas décadas y acerca del cine que tiene posibilidad de avecinarse. Es una película que carece de pretensiones y presunciones; que antes de quererse ver en festivales deseaba agradar a la madre del director;  y que se ha proyectado más en el extranjero que en salas nacionales. Esperemos que Martha sea embajadora del cine que viene y no sólo del que pudo venir.

Por M. Rodríguez Alcocer (@RennoirAlcocer)

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