‘El chico de la bicicleta’: esculpir con cenizas

Rara vez una película que lastima tanto como lo hace El chico de la bicicleta (Le gamin au vélo, 2011) nos ofrece también la esperanza basada en algo tan “conocido” por todos como el amor. Nuestra superficial perspectiva sobre una fuerza tan intensa nos limita de comprender su poder curativo y redentor; sin embargo los hermanos Dardenne nos traen una tesis de compasión, irrefutable ante el realismo de su narrativa.

En una entrevista respecto del filme, los hermanos Jean-Pierre y Luc declararon haber tenido la idea de hacer un cuento de hadas. El resultado es exactamente ello, lo cual al público general podría resultarle una contradicción con el realismo, pero si desvelamos la verdad que hay en Cenicienta o Hansel y Gretel, podemos ver que la capa de mito que recubre a estas historias sólo es una anécdota incluyente para tratar temas como la separación entre padres e hijos  o la maduración sexual.

En este caso se nos relata la historia de Cyril (un impactante Thomas Doret), un niño de once años abandonado en un internado, desesperado por encontrar a su padre y al símbolo del amor que necesita: su bicicleta. A lo largo de la cinta vemos cómo la bicicleta es adquirida o reparada por otros personajes en los que Cyril encuentra a sus padres, como Samantha (la fantástica Cécile de France), una peluquera que le ayuda a recuperar su preciado juguete y a confrontar a su padre.

Al convertir figuras mágicas como el hada madrina en una empática extraña, la trama no debería parecernos una fantasía, por más anómala que resulte. La película es principalmente una propuesta ante la tragedia del abandono y las decisiones equivocadas de los padres; una visión humanista sobre la posibilidad de corregir y, por tanto, de salvar.

La visión cruda de los Dardenne no evita contratiempos e incertidumbre que complican el viaje, para advertirnos de la malicia y la corrupción. Estos dolorosos baches en el camino a la felicidad de Cryil y Samantha nos sugieren que el amor debe ser fuerte y sincero para curar las heridas emocionales de un niño abrazado por el rechazo.

Este gran daño, las malas influencias y el abuso están presentes en la película mediante la ligera exposición de personajes más crueles que, aun cuando nos puede llevar a pensar en una tendencia maniquea, hay que mirar a nuestro alrededor y notar que a simple vista muchos individuos dan la misma impresión. La narración de los Dardenne está centrada en la perspectiva del pequeño Cyril y, por tanto, es limitada en cuanto a las razones de ser de los personajes adultos.

Cyril, en sí, es bastante complicado y requiere de paciencia de parte de los espectadores para ir descubriendo su mundo y comprender sus reacciones: ante el rechazo de su padre, durante su estancia con Samantha, se hace amigo de un criminal que lo manipula y se aprovecha de su necesidad de una figura paterna para convencerlo de participar en un crimen. Los Dardenne ponen a prueba nuestra propia capacidad de amar para tolerar los muchos errores que comete el niño.

Sin compasión, la historia de Cyril no afecta de la manera deseada e incluso puede llevar al espectador a sentir cierta repulsión. No es fácil soportar las intensas escenas ni el violento comportamiento de Cyril, sobre todo cuando la edición de Marie-Hélène Dozo evita perder el tiempo y salta directamente a la acción. Los Dardenne nos restriegan las consecuencias de los errores que cometen los padres, sufridas directamente por los inocentes.

El estilo en general, con una fotografía caótica, reflejo de la constante ansiedad y malestar de Cyril, brillantemente ejecutada por Alain Marcoen, nos lastima a un punto casi físico, para después otorgarnos la liberadora esperanza. De las actuaciones sólo se puede decir que son perfectas, lúcidas y conscientes del mundo interior de cada personaje.

El chico de la bicicleta no es sino una obra maestra que, hay que insistir, nos pone a prueba, pero difícilmente nos deja ir; nos sujeta y nos sacude como la consciencia y nos exige proteger a los débiles. Al continuar el proceso trágico, limpia las cenizas de la destrucción y nos hace creer en la posibilidad de esculpir el futuro con ellas.

Por Alonso Díaz de la Vega (@diazdelavega1)

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