‘El ático’ y las fórmulas del susto

Estoy muy seguro que esto lo hemos visto muchas veces. Una familia citadina huye de la metrópoli. Como es una película de producción estadunidense, la mudanza va de norte a sur, ¿de qué otra forma los pueblerinos serían unos crudos ignorantes bienintencionados? Al llegar a su nuevo y sombrío hogar, de preferencia cerca de un área pantanosa, un par de cortes rápidos nos informan que hay fantasmas en el lugar, tal vez un cuarto secreto de dudoso olor o un papel tapiz que no combina con las cortinas (¡el horror!).

La diferencia está, según dicen, en los detalles. Es por eso que cintas como El resplandor (The Shining, 1980) o Los inocentes (The Innocents, 1961) funcionan. A pesar de usar el mismo esquema, un cineasta con ideas claras (y talento) puede hacer maravillas. No es el caso de El ático (The Disappointment Room, 2016).

El giro de la película radica en la condición mental de su protagonista. Dana (Kate Beckinsale) y su familia deciden mudarse porque acaban de perder a uno de sus miembros, una pequeña de bebé. La depresión (provocada por el suceso y el parto) tiene a Dana experimentando visiones, además de tener dificultades para distinguir la realidad de sus alucinaciones. Claro está, los guionistas leyeron un par de libros de maternidad y decidieron convertirlos en la peor pesadilla de cualquier madre adicta al cine.

El otro camino que recorre El ático es la presencia del cuarto misterioso, al parecer algo frecuente entres las familias ricas del sur que esperaban mantener sus secretos genéticos a salvo de los vecino (¿hija, por qué el niño salió moreno?). Este tema se contrapone con el de la protagonista: mientras ella falla como madre y su bebé muere, otros los esconden. Es un tópico atractivo y varias películas han jugado en esa cancha. El remake de Mother’s Day, por ejemplo.

Los pecados de El ático vienen de su guión (Wentworth Miller)  y dirección (D.J. Caruso), que ejecutan de la manera más chambona las fórmulas ya vistas. Regresar al mismo diagrama no es pecado, la primera entrega de El conjuro funciona a pesar de eso; la repetición, sí.

Por Rafael Paz (@pazespa)

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