‘Dressed to Kill’: La justicia del psicótico

La imagen hipersexualizada del castigo superyoico y la represión; Hitchcock más perverso; la fascinación por las perversiones sexuales y la explicación psicológica de los mismos; el inolvidable score de Pino Donaggio; la técnica cinematográfica que Brian de Palma aprendió a aplicar y que lo hace, junto a Martin Scorsese, uno de los alumnos más aplicados en conocimiento, narrativa y técnica cinematográfica; el hecho de ser un fantástico homenaje a Psycho.

Dressed to Kill es una cinta de inmenso poder y que resuena a cualquier nivel de lectura. A un nivel metafórico, el filme manipula lo torcido de la psique humana y la perversión de sus mismas estructuras, lo toma sin filtro y hace que el espectador se obsesione y genere un morbo exacerbado por observar los siguientes acontecimientos.

El homenaje a Hitchcock

La fantasía masoquista

La primera secuencia recuerda al momento climax de Psycho, la analogía de la regadera como el lugar en el que el ser humano es más vulnerable, los senos (y el peluche) mojados de Angie Dickinson enfundados en agua caliente y vapor mientras observa a su marido rasurarse, provocan en el espectador una reacción, lujuria.

Por momentos somos cómplices y nos calentamos al mismo tiempo que Dickinson, observamos con lujuria al mismo tiempo que ella nos observa. Después, el castigo brutal, inesperado, la represión yoica a su expresión mas cabrona. El castigo: la lujuria se transforma en angustia y gritos. Al igual que en la escena de la regadera de Psycho lo que comienza como una escena con intensos tintes eróticos se convierte en una violenta represión a la sexualidad de sus personajes femeninos. De Palma entiende perfectamente el mensaje de la cinta de Hitchcock y lo condensa en estos primeros minutos de la cinta.

Copulación con Navajas: Juego Peligroso

Angie Dickinson, tomando manierismos y modelando su personaje (si no reinterpretándolo) en la Marion Crane de Janet Leigh, interpreta de manera sublime a Kate Miller, una mujer de profundas necesidades afectivas que busca subsanar en sexo desenfrenado. El arquetipo de rubia gélida que tantas veces se vio desfilar en la filmografía de Hitchcock, es dada a Dickinson. La imagen de la provocadora, la mujer que crea el misógino en su cabeza, inalcanzable, lujuriosa, un psicótico consumaría esa relación únicamente a través de la destrucción del objeto deseado, como acto de “self-contempt”.
La escena del museo es un sentido y fabuloso homenaje a aquella secuencia de Rear Window en la que, a través de un increíble manejo de la edición, observábamos las reacciones de James Stewart (vouyerista 1) ante diferentes sucesos que ocurrían en aquel mítico vecindario.

En este caso, observamos a Dickinson (vouyerista 2) reaccionando ante diversas escenas breves de la cotidianeidad que ella (junto a todos los espectadores) no debería estar observando realmente. Los juegos con la técnica y el hecho de hacer partícipe al espectador, la experiencia interactiva del cine de Hitchcock es la sensación que nos deja De Palma aquí, los espectadores somos el otro ente vouyerista.

La mano de Hitchcock en el cine de De Palma

Y viene inmediatamente, de la fascinación por el stranger que sentía Hitchcock, la obsesión de Dickinson por conocer a un misterioso hombre, quienes hacen persecución mutua, en la cual ambos toman el rol de perseguido y persecutor en un fogueo y juego de foreplay al inminente encuentro sexual, carnal y desenfrenado que se llevará a cabo entre ambos (se le va a uno la pinche lengua, estimado lector).

Presenciando esto se encuentra la “conciencia” del filme, en figura del verdugo principal, la rubia de gafas, verdugo tan moralmente cuestionable como sus propias víctimas. El castigo hacia el personaje de Dickinson es por partida doble y su amor mal vertido es castigado con el contagio de una enfermedad venérea (muy en boga a inicios de los 80), así como con la consumación del amor erótico-perverso del asesino mediante un violento asesinato con un artefacto de vanidad viril (la navaja de rasurar), que en este caso es instrumento simbólico de la dicotomía del asesino.

La técnica cinematográfica de la que hace gala De Palma es estupenda (como aquellos split screens de Sisters) y nos da perspectivas, profundidad de campo en la magnífica escena del interrogatorio, imagen y flashback en la misma imagen, corte-reacción (a los que Hitchcock se mostró muy afecto en toda su filmografía), así como la creación de tensión en momentos inesperados y la búsqueda constante de suspenso y expectación por parte del observador.

De Palma es el dueño de su microcosmos y la composición de su imagen da la idea de un asertivo jugador de ajedrez que tiene un control increíble sobre sus personajes y lo mejor del asunto es que hace partícipe al espectador de este control.

Psicósis de Cuero

Psicósis de Cuero

Después de cometido el asesinato de Angie Dickinson, conoceremos a la galería de personajes que conforman todo el cuadro de la cinta. El psicólogo de Kate Miller, Michael Caine, la puta “fina” que es testigo presencial del crimen (la medio insípida Nancy Allen), el “geniecillo” hijo de Kate Miller (Keith Gordon) y el ferozmente sarcástico Detective Marino (increíble Dennis Franz). Todos los personajes tienen resonancia dentro de la película y adquieren un rol importante en la trama, pero su importancia se ve eclipsada por la relación entre Kate Miller (Angie Dickinson), el Dr. Robert Elliott (Michael Caine) y la testigo (Nancy Allen).

Incluso hay una escena que involucra una persecución de la asesina hacia “la puta fina” que es uno de los momentos en los que De Palma hace manejo del concepto ideológico del “suspense”, pero, a diferencia de Hitchcock, los peligros que enfrenta la perseguida ahora no es solamente la muerte, sino también violencia sexual a manos de una banda de pandilleros negros o la nula protección de un cuerpo policíaco ambiguo, el paraje urbano ha cambiado en 30 años. No solamente se huye de los peligros personales, sino también de los nuevos peligros sociales.

Al final, la cinta toma una ruta que se va por lo absurdo/surreal/bizarro que le brinda una gran diferencia a la sobria elegancia de la presentación de las psicopatologías que hacía Hitchcock. Sin embargo, este giro siempre es esperado por parte de De Palma, aspecto que hace que sus filmes se vuelvan bastante irregulares desde una perspectiva holística.

Al final, el mensaje manejado por Hitchcock y De Palma es claro, la justicia y el castigo superyoico son términos sumamente subjetivos, la justicia del psicótico es la muerte y aniquilación del deseo.

“¡Oh por Dios! ¿Qué after shave utilizaste?”

Por JJ Negrete (@jjnegretec)

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