Cuando era niño escuchaba a mi familia recomendarse películas entre ellos muchas veces en una reunión. Ningún miembro es estudioso del cine y ni siquiera lo ven como otra cosa que no sea entretenimiento puro. Entre sus descripciones, palabras como ‘suspenso’ o ‘miedo’ describían perfectamente una película. Sin decir más que el supuesto género y hablar un poco del epicentro de la cinta, las conversaciones se movían hacia diferentes direcciones. Pero quizá el adjetivo que más escuché mientras crecía era ‘acción’. Una película de acción traía consigo golpes, armas, muertos, buenos, malos, traición y no más que eso. Una película de acción eran casi dos horas de una historia que se sintetizaba en el bien contra el mal y su lucha era furiosa y llena de velocidad. Las películas de acción hoy en día son llevadas a los extremos.
Entre las producciones de Michael Bay o las de James Cameron hemos llegado a un punto en donde la acción en las películas ya no es producto del trabajo de todos los que rodean la cinta, si no de maquinaria especializada que parece maquilar cada secuencia sin problemas. Las explosiones ya no son como lo eran en las primeras películas de John Woo o Ted Kotcheff y los personajes están dotados de todo, menos de una personalidad específicamente talada para interpretar a los individuos envueltos en esa acción. El género ha sufrido una metamorfosis de la cual nosotros mismos somos culpables. Pero este año hay dos películas en específico que se sienten valientes y auténticas como ninguna otra y que, si se piensa bien, se intersecan en el punto más precario de la premisa del género mismo.
Dredd estrenó hace unos días en salas mexicanas y por aquí ya hay un interesante texto de Negrete que la desmenuza. Es una película que, como es de conocimiento general a estas alturas, revive al Judge Dredd de Stallone y le da sentido a un cómic de antaño. Sin embargo, de la mano de Pete Travis, la cinta se convierte en un viaje purista del género de acción. Y parece haber sido construida para complementar a The Raid. Ésta, una producción de Indonesia que comparte premisa con Dredd pero es manejada de una forma más artesanal y mucho más palpable. Ambas son películas que rescatan lo valioso de una película de acción y que, en pleno 2012 (aunque The Raid es del año pasado) se sienten innovadoras.
Mientras que en The Raid el cuerpo humano es el arma de mayor calibre, en Dredd no importa demasiado. Ahí, en el futuro, las armas toman el control y no se necesita de mucho para manipularlas. Mientras que en Dredd el líder de la mafia más poderosa alrededor es una mujer que parece haber logrado que el feminismo ocupe todas las posiciones sin importar cuán exclusivas de los hombres sean, en The Raid no hay rastro de ninguna chica. En el futuro de Dredd la miseria nos ha sobrepasado al punto en el que la justicia se decide en cuestión de segundos y en el presente de The Raid se toman debido a las circunstancias del bloque. Sabemos que una no está tan alejada de la otra porque sabemos que su realidad no está tan alejada de la nuestra. Si en The Raid todo es a base de puñetazos, patadas, huesos rotos y cabezas cortadas, en Dredd decantan pistolas más allá de última generación, juegos psíquicos y sangre digitalizada en slow-motion. Las dos son valiosas porque ninguna luce tan disparatada.
El punto de intersección no sólo es la premisa, sino la lucha eterna entre el bien y el mal, la discusión Hobbes-Rousseau a cerca de la maldad y la bondad del hombre. No importa si se está en Indonesia hoy en día en un barrio bajo donde se elaboran drogas, viven los peores criminales y las únicas armas para enfrentarlos son las manos, o que se encuentre en un futuro en donde las extremidades sobran y las drogas disminuyen la percepción cerebral en un instante. No importa porque la lucha incesante sigue siendo la misma. El bien y el mal como personas, no como robots que se transforman en más robots o militares contra una población imaginaria. Las dos películas marcan un arco narrativo esencial para entender el género de acción como lo que ha sido desde sus inicios. El corazón de las dos cintas está puesto en lo más precario de las necesidades del espectador y las satisfacen de igual manera.
Dredd y The Raid parecen haber sido hechas para estar juntas en el mismo tiempo y espacio. Quitarle mérito a una para dárselo a otro es inútil sin antes entender el contexto de ambas. Las dos son tan buenas como malas y cumplen con los clichés obligatorios y las sorpresas esperadas de toda auténtica película de acción. No sé si se trate de una revolución en el género, por supuesto que no de una reinvención, sin embargo, a veces el explorar las raíces es más efectivo que tratar de imprimirle algo que nunca estuvo estipulado en el papel. Después de verlas juntas puedo ir con mi familia a la reunión del domingo que viene y decirles que las películas de acción son de nuevo como las conocía. Y viajaran en el tiempo lagrimeando de emoción como yo lo hice sin haber vivido su mejor momento.
Por Joan Escutia (@JoanTDO)