DocsMX | ‘El remolino’ y la desmitificación pausada

La ópera prima en largometraje documental de la cineasta española Laura Herrero Garvín, El remolino, se presentó en la pasada edición del DocsMX. Su formación itinerante entre España, Estados Unidos y México y la co-dirección con Laura Salas del documental Son duros los días sin nada, permitieron a Herrero adentrarse en la comunidad chiapaneca El remolino:

“Navegando por el río Usumacinta en un amanecer, le pregunté a las personas que nos llevaban en la barca, cuál era la comunidad que más se inundaba de esta zona, que es la más inundada de México y nos llevaron allá. Cuando llegamos, conocí a Esther y a Pedro. Una de las cosas que más llamaron mi atención, fueron los tintes paradisiacos del lugar; sin embargo, nos contaban que había una época del año que era muy dura, la de la inundación”.

Con ritmo pausado y una fotografía que oscila por momentos entre el preciosismo en los encuadres de la selva y la cercanía amable con los habitantes, Herrero traza los vértices del espacio, los lugares por los que el agua desbordada habita en época de lluvia. Grandes páramos que  sólo son transitables en canoa; la parsimonia del habla y los gestos se conjugan con la dilatación en la descripción del espacio y la brevedad de los diálogos.

La narración se bifurca para encontrarnos con Esther y Pedro, dos hermanos que buscan dar rumbo a sus propias búsquedas en un lugar aislado y por momentos desolador. El cariño por su familia y su tierra les dan las razones suficientes para acoplarse de manera inteligente a las condiciones materiales: “El primer motor de hacer la película fue exponer la capacidad de adaptación del ser humano y en concreto de ellos; para mi es un ejemplo de algo que nos pasa a todos los humanos: en la Ciudad de México, la adaptación es a la violencia, en algunos lugares a la sequía, en otros al frío extremo o al calor extremo, pero nos adaptamos. Cuando fui profundizando en la vida de Esther y de Pedro, la película se convirtió mucho más en una lucha por la identidad, por asumir quién quieren ser, muy enlazados con el ciclo natural que viven todos los años. La inundación no es un desastre natural, es una fase del año que tienen que superar”.

“No es justo vivir en el tiempo de antes”, exclama Esther. Una comunidad aislada, en donde la escuela deja de dar servicio en tiempo de lluvias, donde el catolicismo tiene raíces profundas y donde cada vez son menos personas, la lucha por la identidad se vuelve fundamental. Transgredir el tiempo y las costumbres para exponer su opinión, su juicio y una forma de vida donde la educación sea el eje principal, son una praxis cotidiana en la vida de Esther. Por su lado, Pedro, un campesino de cuarentaiséis años, busca navegar sin traicionarse a sí mismo, sin dar concesiones, ni siquiera a sus padres y vecinos que piensan que trae el diablo adentro: “Si soy hijo del diablo, que me lleve más”.

“Esther es una mujer fuerte y transformadora y Pedro es valiente. A Esther la comenzamos a grabar desde el día uno que estuvimos ahí y durante los tres años de visitas que hemos tenido; Pedro entró más tarde porque es más tímido. Esther es una heroína: lucha por la educación de sus hijos, pone su tienda para sacar dinero para su familia y comprar la primera computadora de la comunidad, consigue una cámara a través de los perfumes y cosméticos que vende… tiene un espíritu fuerte y transformador  y todo eso lo vivimos junto a ella.

La narración bifurcada, a su vez, contempla tres temporalidades representadas por las generaciones: Esther y Pedro construyendo presente “la lucha diaria, el ahora”, en constante conflicto con su padre, “la religión, las morales establecidas y el deber ser” (pasado) y con horizontes para Dana, la hija de Esther (futuro). La narración de Herrero desmitifica la vía sencilla y maniquea en la que caen constantemente los documentales: un documental no es interesante solo porque una comunidad sea originaria o marginal (Pies ligeros, Juan Carlos Núñez Chavarría, 2016); la investigación y claridad con la cámara permite una posición crítica donde la belleza o el discurso no son sólo por la periferia. El aburrimiento, el estancamiento y el hermetismo son constantes en El Remolino y, sin embargo, se busca transgredir, así sean dos o tres personas.

La dicotomía entre la partida o permanecer, ser repudiado y querer pertenecer, saber que hay muchos más horizontes y espacios pero la tierra y la familia son primero. La valentía que implica la decisión de quedarse o partir. La ciclicidad de las decisiones no conscientes y el tiempo natural, la necesidad de transgredir sin herir a quienes queremos y la fortaleza de asumir nuestro pensamiento con acciones donde el amor palpita en centro, son las maneras en las que nos relacionamos cotidianamente y, sin embargo, no todos tenemos la valentía de enfrentarlo. Un remolino que en apariencia es siempre-lo-mismo y siempre igual. Aún no comprendemos que es movimiento, no circular, sino en espiral.

Por Icnitl Y García (@Mariodelacerna)

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