Pensar en el fútbol argentino es pensar en Macerlo Bielsa, en Jorge Valdano, en Carlos Bianchi; o en Riquelme, en Ubaldo Fillol o Leo Messi. Sin embargo es necesario, también, traer el nombre de Dante Panzeri, un periodista, analista y ensayista del futbol –aunque su conocimiento del deporte era vasto– que al tiempo de colocar la mirada en el futbol, la luz que descomponía en varias aristas, se reflejaba en otras esferas, entre ellas, la política.
Buscando a Panzeri (Sebastián Kohan, 2020) es un ejercicio de rescate, más de un defensa central que de un enganche, que con riñones y terquedad, logra un boceto de la figura del periodista nacido en Córdoba. La disciplina de Panzeri lo llevó a incorporarse a temprana edad a El Gráfico, una de las revistas más emblemáticas del deporte argentino. La ausencia de Panzeri obliga a esbozarlo desde los bordes, desde la negatividad, desde todo aquello que no es él, pero que lo conforma. Por ello Kohan busca las narraciones que lo definan, que lo rescaten desde la experiencia y desde la memoria, recuperación que se acerca a la respiración de The Devil and Daniel Johnston (Jeff Feuerzeig, 2006) o Searching for Sugar Man (Malik Bendjelloul, 2013).
Los testimonios abarcan la mirada de su esposa y sus hijos, de periodistas como Alejandro Caravario, Ezequiel Fernández Moores, Matías Bauso, Ruso Verea o Diego Bonadeo; así como el filósofo Tomás Abraham y la negativa de su mejor amigo a hablar de una de las dos personas más queridas para él. Mejor se lo guarda, mejor lo respira desde el respeto y el cariño. Tal vez Panzeri estaría feliz con su amigo, que mantiene su postura sin dar tregua.
En Fútbol, dinámica de lo impensado, Panzeri hace un análisis del juego que se aleja de su carácter lúdico y es arrojado a la seriedad: a la seriedad de los números, de las ganancias, del negocio y de los dirigentes (con perdón de la palabra). Para Dante, el juego corresponde únicamente a los 12 participantes del rectángulo de pasto; es en su ingenio imprevisto, en su creatividad, en sus arrebatos anómalos que quiebran el tiempo, en donde se juega la importancia y el pulso del futbol; por ello es una aberración tratar de sistematizarlo, de colocarle estadísticas (El juego de la fortuna, Bennet Miller, 2011) y de hacer predecible a aquello que por naturaleza es incalculable, intempestivo y libre.
Tal vez por ello sus colegas lo recuerdan siempre con un gesto serio, con una molestia incómoda y con rigor en sus palabras; él hacía el análisis duro para que el juego se quedara en el juego. Después del Mundial de Chile de 1962 Panzeri renuncia a El Gráfico porque los dueños quieren que se publique un mensaje de Álvaro Alsogaray, el Ministro de Economía de la Argentina representada por el golpista José María Guido. “Panzeri hacía de un hecho menor, una postura”, recuerdan sus cercanos y cuánta valentía debe haber en alguien para rechazar un acto ligado directamente a la derecha militar de la década de los sesenta.
Panzeri llevó esos hechos menores en cada respiración; lo cotidiano era su cancha, el verbo su pelota. En 1978 lleva al Comité organizador del mundial un documento en el que desglosa las razones por las que no se debe realizar el mundial; las razones son de carácter económico y político, como las esbozadas por personas poniendo el cuerpo en las manifestaciones de Brasil en el 2014, en los Juegos Olímpicos de México de 1968, en el Mundial de México de 1970 o en Corea Japón 2002.
Panzeri tenía una lucidez transgresora de su oficio: “su misión [del periodismo] en la sociedad, es pedagógica y sociológica; no escenográfica”, y a ella se entregó con el rigor de un artista, de un deportista de alto rendimiento o de un poeta. Afortunadamente las voces transgresoras y con fuego en el estómago, tiene prórroga; no se acaban cuando el juez suena el silbato.
Por Icnitl Ytzamat-ul Contreras García (@mariodelacerna)
