Diarios del FICM – Días de furia

Tres películas que se presentan en el Festival Internacional de Cine de Morelia (FICM) se unen por tomar como tema el arrojo, el impulso y el vértigo que genera un profundo enojo: resultado del dolor o de la pérdida que rápidamente se convierte en brutal furia, pero tal emoción no es limitable a un emoticón rojito, sino a una amplia gama emocional, matizada por los gentiles purpuras de 120 latidos por minuto, iluminadas por el discreto neón de En la penumbra y embriagadas con los tersos naranjas de Good Time: Viviendo al límite.

  • 120 Latidos por Minuto: el pulso de la furia

120 latidos por minuto es dirigida por el cineasta Robin Campillo, quien se hiciera acreedor al Gran Prix del Festival de Cannes de este año y que presenta la historia del grupo activista ACT UP y sus esfuerzos, logros y fracasos por darle voz a quienes contrajeron VIH durante la década de los 90.

Sorteando con éxito la gran mayoría de las trampas y dispositivos que una película de este tipo podría presentar, Campillo ya había demostrado en películas anteriores como Eastern Boys (2011) su interés por la energía y el vigor joven envuelto en males sociales, y en esta ocasión no se decanta por el sentimentalismo fácil y propone una visión táctil, en la que la luz y el polvo tienen tanto protagonismo como sus actores, particularmente notable el joven argentino Nahuel Pérez Biscayart.

Tan seria como lúdica, sensual como dura y dolorosa como jubilosa, la película de Campillo hila escenas de impecable construcción plástica con una estructura narrativa convencional pero decorosa, aguda en su compromiso. El río Sena teñido de rojo y las finamente construidas escenas en los clubes nocturnos al ritmo de house noventero y la música de Arnaud Rebotini destacan como las cimas de este sólido cardiograma activista.

  • En la penumbra: la conciencia de la furia

La película, condecorada en el pasado Festival de Cannes con el premio a la actuación femenina, muestra a Diane Kruger como Katja Sekerci, una mujer que busca vengar la muerte de su familia por un atentado terrorista, lo que la lleva a un largo proceso de juicio contra una sospechosa pareja alemana, ambos hallados inocentes por falta de pruebas y después cazados por la tenaz Katja, quien finalmente logra dar con ellos pero se debate consumar su venganza.

La película sostiene una postura ética cuestionable, por decir lo menos y en sus momentos más manipuladores y de efectismo emocional llega a rozar los golpes más bajos de un cineasta como el mexicano Alejandro González Iñárritu, que, al igual que Akin, no carece de talento o cuando menos de una voz reconocible, pero que utilizan recursos fáciles y burdos para incautar a la audiencia a través de lo puramente visceral.

Las intenciones de Akin parecen ir dirigidas a matizar el problema de la inmigración actual en Europa y su relación intrínseca con el terrorismo, pero hace falta más que una simple reversión de roles para generar un verdadero antidiscurso o cuando menos un cuestionamiento serio de una narrativa política que sigue infundiendo miedo y odio, más que el terrorismo mismo, el uso de la venganza como un medio legítimo de defensa.

  • Good Time: La energía de la furia

Dirigida por los cineastas neoyorquinos Ben y Josh Safdie, Good Time presenta a un par de hermanos, Connie (Robert Pattinson) y Nick (Benny Safdie) que logran robar un banco, pero cuando Nick es capturado por la policía y brutalmente golpeado, Connie emprende una odisea nocturna por la periferia neoyorquina para rescatarlo.

Rebosante de cínica energía y descarado garbo, el gran motor de la película es la indeleble actuación de Robert Pattinson quien encuentra en Connie un personaje que le permite canalizar su necio ímpetu tan hábilmente que lo despreciable de sus acciones no se cuestiona a primera instancia, sino una vez que se ha tomado cierta distancia de la película.

El carisma de Connie es tan fuerte como peligroso, creando en su frenética odisea una sensación de vértigo que es apoyada por un pulcro montaje y enriquecida por un mosaico de personajes secundarios que crean un bruto retrato de las nuevas urbes trumpianas, marginales y abusadas por un complejo sistema del que también Connie y Nick son víctimas. El verdadero reto, como en las películas del gran Sydney Lumet (Tarde de perros, 1975), es sobrevivir al voraz capitalismo.

Por JJ Negrete (@jjnegretec)

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