Diarios del FICG: Nota roja, buenas intenciones y poesía

Arrancó la 32º edición del Festival Internacional de Cine de Guadalajara, una de las muestras cinematográficas de más tradición en nuestro país. A continuación les compartimos unos comentarios sobre las películas que tuvimos oportunidad de ver en la primera jornada:

  • La leyenda del Goyo

La historia de Gregorio “Goyo” Cárdenas es uno de los grandes momentos de la nota roja mexicana. Los elementos de los crímenes crearon una figura que terminó por transformarse en leyenda, llena de detalles y sorpresas aún muchos años después de haber ocurrido. Me sorprende que no existan más películas sobre ese momento de la historia truculenta de México.

Los crímenes de Mar del Norte (2017) es de las pocas que se atreve a retomar los detalles para crear su propia versión, como continuamente nos recuerda la misma película (“inspirada en…”).  La cinta está narrada (más o menos) desde los ojos de un amigo de Goyo (Gabino Rodríguez) apodado “El Calavera” (Norman Delgadillo), un inocente jovenzuelo que desea ir a pelear a Europa en contra de los malvados Nazis (“Como voy a ir a la guerra, tengo miedo de morir sin haber hecho el amor”). Si no tuviera unos diálogos tan torpes, su inocencia resultaría bastante tierna.

El director y guionista Jorge Buil (Manos libres, La fórmula del Doctor Funes) intenta una especie de recreación postmodernista, donde elementos de los años 40 (sociales y cinematográficos) chocan con los contemporáneos (la novia de Goyo, interpretada por Sofía Espinoza, trae la papa en la boca). El resultado no es del todo exitoso porque el guión parece haberse quedado en su primer tratamiento. Lástima por el personaje.

  • Una cascada de buenas intenciones

Hace un par de años Jorge Ramírez Suárez conquistó la taquilla mexicana gracias a su bien intencionada y entretenida Guten Tag, Ramón (2013), una película donde el endulzante era la constante en medio de un relato sobre el posible entendimiento entre locales y visitantes en Alemania. Su nuevo trabajo, La gran promesa (2017), dobla la apuesta y traslada la acción a 4 países, además de subirle la ración de buenas intenciones.

Sergio (Juan Manuel Bernal) es un fotógrafo de guerra que decide abandonar el campo de batalla para regresar con su esposa, quien está a punto de dar a luz. Sin embargo, complicaciones en el viaje evitan que llegue a tiempo y debido a ello pierde a su familia. Al intentar recuperar las piezas que quedan, un altercado con el ex-esposo de su mujer lo obligará a huir de la justicia. La única oportunidad de felicidad para su descendencia es que él desaparezca. Veinte años después es momento de intentar un reencuentro.

Esas líneas del argumento no hacen justicia a todas las historias que se cruzan en la cinta, donde cada uno de los personajes parece tener bagaje digno de una novela rusa y cualquier detalle cabe si lo intentas acomodar. La cantidad de información resulta en verdad abrumadora, como los interminable derroche técnico del que hace gala la cinta. El problema es que la propuesta, a pesar de sus buenas intenciones, parece mitad comercial de la UNESCO y mitad infomercial del bello estado de Durango. Y eso, ni todas las buenas intenciones del mundo pueden remediarlo.

  • La poesía de lo mundano

La belleza del mundo está en los detalles y el arte puede surgir de cualquier rincón. Todo se trata de permitirse escuchar y ver aquello que nos rodea. Eso parece decir la nueva película de Jim Jarmusch, Paterson (2017), donde la sencilla cámara del director sigue a un conductor de autobús en la ciudad homónima del título, mientras éste dedica sus tiempos libres a escribir poemas que nadie podrá leer, a excepción de su creativa esposa.

Si Sólo los amantes sobreviven (Only Lovers Left Alive, 2013) tenía como idea central la creación del arte y la necesidad de que sobreviviera para ser apreciada, sin importar su autor. Paterson radicaliza esa línea de pensamiento: el arte es bello porque puede venir de cualquiera, aun cuando no existan otros testigos de su vida.

Jarmusch nos lleva a un pueblo donde la poesía se encarna en las sencillas actividades de sus habitantes. Desde niñas hasta noctámbulos lavanderos. Es un juego que el cineasta norteamericano lleva a la estructura de la película misma. La edición imita a las rimas de un poema y los guiños visuales confirman esa intención. Una y otra vez Paterson (un sensible Adam Driver) repite su rutina con ligeras variaciones. Las tomas se reflejan, como el alto número de  gemelos que parece habitar en la localidad.

El estilo de Jarmusch parece haber encontrado el camino adecuado para expresarse. Si aumentamos el paso del recorrido parecerá que estamos en un pueblo donde no pasa nada, aun cuando en el fondo esté pasando todo.

Por Rafael Paz (@pazespa)