Cuerpo negro, alma blanca: el primer cine afroamericano

Como bien apuntaba Richard Peña, director de programación del prestigioso Festival de Cine de Nueva York, durante la inauguración del ciclo dedicado a Oscar Micheaux en la Cineteca Nacional, la gente que es más o menos avezada en cuestiones de trivia cinematográfica atribuye los inicios del impropiamente bautizado ‘cine negro’ a directores con un discurso radical y urbanizado como Spike Lee o John Singleton, quienes vieron despuntar sus carreras a finales de los años 80.

Sin embargo, quedó olvidado en un mar de celuloide viejo y sepultado entre latas y latas en algún recóndito paraje el auténtico padre del cine afroamericano, si es que realmente puede distinguirse una sensibilidad especial por raza y no por individuo. Este primer afroamericano fue Oscar Micheaux, proveniente de una familia humilde, prolífico artista, escritor, guionista y director de cine.

Micheaux fue uno de los pioneros del cine independientemente americano (como bien dijo Peña, hoy en día, una etiqueta vapuleada por el marketing y el studio system), teniendo una extensa obra de varias cintas, de las cuales únicamente sobreviven cuatro. Contrario a lo que pudiese pensarse, el cine de Micheaux no es un cine contestatario en el rabioso estilo de Spike Lee (quien ha expresado su desdén por la obra de Micheaux más de una vez), y en la obra que inauguró el ciclo, Body and Soul de 1925, Micheaux buscaba generar una crítica a la ambigüedad moral del ser humano, independientemente del color de su piel.

Engalanando la marquesina se encuentra Paul Robeson, una suerte de Denzel Washington de antaño, que fue una figura importante para la cultura afroamericana (más grande que Jesse Jackson, apuntarían varios) encabeza esta historia sobre un pastor que engatuza a sus fieles, sacándoles dinero a cambio de animados salmos y cánticos organizados dentro de una sencilla parroquia.

El pastor, alcohólico y jugador como El Arracadas, abusa de la confianza de una de sus fieles, Sister Martha (Mercedes Gilbert, la Mae West negra, de acuerdo a Peña) abusando sexualmente de su hija Isabelle (Julia Theresa Rusell) y obligándola a entregarle el dinero ahorrado de su madre, haciendo que ésta escape de su casa, al tiempo que un hombre que estuvo en la cárcel con el pastor amenaza con revelar un turbio pasado, que incluye a un hermano gemelo. Güero Castro y Larrosa, háganse a un lado, que aquí viene el drama chingón.

Con una trama como ésta, con tintes de novela rusa, Oscar Micheaux buscaba crear una épica de 3 horas de duración, pero dados los obstáculos impuestos por los de por sí suspicaces distribuidores, tuvo que reducir su obra a una cinta de escasos 75 minutos, quedándose con un corte a veces incoherente, confuso y un final sumamente apresurado.

Micheaux demuestra buen oficio en la cinta, apegado al canon establecido por el naciente studio system, pero no sin dejos de polemización frente a las autoridades religiosas y el contenido, subidito de tono, para los tratamientos de aquella época, en lo que lo más confrontacional provenía de autores consagrados como Griffith o Eisenstein, quienes ciertamente provieron a Micheaux de muchas herramientas para un solvente lenguaje cinematográfico que hace fugaces apariciones dentro de la película, que evita salir de un encuadre casi teatral.

Bajo su contexto temporal, Body and Soul es una obra contundente, sombría y terriblemente dramática, soportada en una gran actuación por parte de Robeson (quién quedó molesto con el corte final) que sopesa la sobreactuación de algunos miembros del reparto, apoyando su narrativa hasta en los intertítulos de la cinta, Micheaux obtiene una cinta con mucha alma para tan poco cuerpo.

 Por JJ Negrete (@jjnegretec)

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