‘Crimen en el Cairo’: La oscuridad de la corrupción

A lo largo de la historia, en el escenario político internacional se han apreciado diversas manifestaciones populares que claman por una mejor impartición de justicia e igualdad a diversos gobiernos, en específico, en el norte de África. La llamada Primavera Árabe (2010- 2012) acontecida en países como Túnez, Libia y Siria reflejó el hartazgo de miles de civiles por el cuestionable proceder de sus gobernantes, la excesiva longevidad de sus mandatos y la corrupción que alberga los diversos niveles burocráticos.

Crimen en el Cairo (The Nile Hilton Incident, 2017), además de retomar el preámbulo y el inicio de la llamada Revolución Blanca en Egipto (que fue capaz de revocar de la silla presidencial al ex presidente Hosni Mubarak en 2011) entreteje un thriller con tintes de neo-noir, presentando también la naturaleza ambivalente que guardan los seres humanos. El detective Noredin (Fares Fares) investiga el asesinato de una notoria cantante de un prestigioso club en el Nile Hilton de la capital, cuestionando el proceder de área policiaca y desentrañando los alcances de impunidad que cobija a los individuos de poder, aplicando también la ilegalidad en su propio oficio como miembro de la policía local.

Si bien la violencia en el relato no es muy recurrente, esboza una pausada construcción de sucesos en los que el misterio del crimen pierde impacto ante recursos obvios e incapaces de provocar una verdadera sorpresa en la resolución del thriller con tempranas revelaciones de sospechosos y de chantajes. Así, retrata con ambigüedad la paulatina transición moral y psicológica de Noredin, resaltando el cambio que transcurre desde la preservar de una ganancia ilícita en su trabajo hasta la búsqueda del correcto cumplimiento de su deber en el cargo que ostenta.

El realizador Tarik Saleh coloca también un vistazo breve a las dificultades de supervivencia de la clase baja de Egipto y una perspectiva social sobre los inmigrantes que buscan una mejor calidad de vida, provenientes de zonas africanas más desangeladas en comparación con la economía de Egipto, sometidos al duro escrutinio por su condición migratoria. Sin muchas posibilidades de garantizar una vida decente en El Cairo, la sudanesa Salwa (Mari Malek) pasa de convertirse en la única testigo del crimen a una paria dentro de las calles egipcias en la que se le tratará como una delincuente, en aras de las manifestaciones civiles en el país.

Si bien el tema migratorio nunca termina por explotar lo suficiente su observación social en comparación con los hechos claroscuros de la investigación del crimen y la complejidad de Noredin como detective, el relato crece en una segunda parte más dinámica y más incisiva en su propuesta, diseccionando con inteligencia y dureza la imposibilidad de la erradicación de los actos corruptos a través de los intentos de honestidad dentro de un núcleo judicial y político enriquecidos por el nepotismo y los intereses personales.

En primera instancia, Crimen en el Cairo no logra redondear por completo el vaivén del incidente siniestro que presenta, pero logra reivindicarse de manera gradual gracias a la oscuridad de la espiral delictiva que retrata, una que guarda semejanza con tantos casos de impunidad vistos a lo largo de los años en diferentes contextos y continentes, sin muchas esperanzas para encontrar una pronta resolución.

Por Mariana Fernández (@mariana_ferfab)

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