Copia fiel: La falsificación de los afectos

En la primera secuencia de Copia fiel (Copie conforme, 2010)un escritor interpretado por William Shimell se encuentra en medio de una conferencia en Italia sobre su nuevo libro, está a punto de explicar el motivo por el cuál cierta imagen de una madre y su hijo en Florencia lo conmovió al punto de inspirarlo para escribir el texto en cuestión, centrado en los conceptos de autenticidad y copias. El momento es interrumpido por un niño que busca a su madre, interpretada por Juliette Binoche, quien esta sentada en primera fila. La acción se concentra en ellos al punto que lo dice el escritor queda en segundo plano. La madre y el hijo se comunican con señas en medio de la sala. No se escucha lo que dice, pero podemos entender fácilmente el sentido de la escena. La interacción entre ambos es más importante que cualquier cosa que el escritor, independientemente de su evidente erudición y elocuencia, tenga que decir. El tema de la película sólo es aparente.

Así como en todas las películas de la filmografía del cineasta iraní Abbas Kiarostami, Copia fiel está más interesada en el mundo como tal que en los intentos por teorizar alrededor de él, con personajes –el escritor, por ejemplo– que insistentemente tratan de convertirlo en un ejemplo de sus ideas, como si el mundo no fuese más que una réplica de su pensamiento. Cuando Shimell y Binoche van en un automóvil juntos por primera vez, ambos comienzan a discutir sobre el contenido del libro, al cabo de unos segundos, el escritor repara en lo fútil de dicho intercambio. Quizá esta discusión nos está impidiendo disfrutar la vista, dice. Así, Kiarostami más que arrebatarle la película a sus personajes, les regala el placer simplemente de contemplar, disfrutar, e incluso de jugar, pero ellos, llevan ese juego a un terreno emocionalmente peligroso: el de la simulación.

Hacia la segunda parte del relato, descubrimos que estamos en otra película. Un gesto de Binoche, específicamente el retomar la anécdota que interrumpió la llegada de su hijo en la primera escena, hace que lo que creíamos de los personajes, y de la ficción, se desmorone con la misma sorpresa del cambio en Close Up (1990) o del final de Like Someone In Love (2012), pero Kiarostami no revela por completo todos los secretos e, incluso, es lo suficientemente generoso para dejar algo entre sus personajes, como lo que le susurra la mesera del restaurant a Juliette Binoche después de discutir sobre las relaciones de pareja. El gesto es sencillo y filmado, como casi toda la película, con una economía recíproca a la sinceridad de ese intercambio, curiosamente lo más auténtico en pantalla es un secreto, como el de la sonrisa de la Gioconda que menciona el escritor.

Aún si sus similitudes con una película como Viaggio in Italia (1954), de Roberto Rossellini, resultan evidentes, es en las diferencias con ésta donde el trabajo de Kiarostami se edifica de forma más sólida. En la película del italiano, una pareja de extranjeros (Ingrid Bergman y George Sanders) de paseo en Italia se confronta con la crisis de su relación, viendo en una silueta de dos amantes en las tumbas de Pompeya, un presagio de su propio destino. En Copia fiel, otra pareja de extranjeros ven en una estatua de dos amantes en una fuente, no un presagio, sino un fantasma. La percepción del objeto en cuestión es lo que cuenta, más que su originalidad o autenticidad, solo que aquí Kiarostami expone una percepción de los afectos, sujetos a ser duplicados y copiados con la misma facilidad que cualquier obra artística, indistinguibles al ojo y al corazón no entrenados en las artes de la falsificación. Lo único que no se puede duplicar ni falsificar, es un elemento de la naturaleza, como un ciprés o la sinceridad de la infancia, ambos fenómenos que el cineasta iraní disfrutaba filmar simplemente existiendo.

Por JJ Negrete (@jjnegretec)

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