Aunque Hayao Miyazaki sea un reconocido nombre en la industria cinematográfica, su obra puede ser desconocida para aquellos que se resisten a ver un cine animado fuera de lo fabricado por la factoría Disney (o Pixar, en el caso de los más jóvenes), con la que varios de nosotros crecimos y moldeamos nuestro criterio acerca del cine animado. Quizá para este grupo sea difícil aceptar por voluntad propia ver largometrajes de animación japonesa, cuando el tipo de cine animado que estamos acostumbrados a ver difiere mucho de los estándares del cine animado japonés.

Nunca antes había tenido la curiosidad de aproximarme al cine de Miyazaki. Mi único acercamiento había sido hace unos años cuando, al obtener El viaje de Chihiro el Oscar por Mejor Filme de Animación, la curiosidad sobre cómo un filme extranjero pudo ganar dicho galardón por encima de productos dignamente americanos como La era del hielo hizo que me obligara a visualizar dicho filme.

Aunque en su momento disfruté bastante con El viaje de Chihiro, nunca tuve el interés de volver a reencontrarme con la obra de Miyazaki hasta hace unos días, en los que me vi en la tarea de visualizar algunos de sus títulos más conocidos a modo de comprender su filmografía. Tras haber visto unas cuantas películas, caí en la cuenta de que el cine del animador no se acerca a la animación asiática a la cual estamos acostumbrados, puesto que toca temas universales y los aborda a través de personajes de la mitología japonesa.

La literatura infantil, la aviación, el abandono de los padres y el paso de la infancia a la edad adulta son algunos temas que han sido eje de algunas de sus películas; temas con los que cualquiera puede sentirse identificado y con los que el director pretende ofrecer una moraleja cobijada con algunas tradicionales creencias de su natal Japón. Miyazaki nunca dio un paso en falso, por lo que quizá su lista de películas concebidas no sea tan extensa como la de otros directores, puesto que nunca se prestó a realizar filmes que se alejaran de la calidad que acostumbra.

Quizás el más acertado título para adentrarse en la obra de Miyazaki sea La princesa Mononoke, un filme en el que se pueden apreciar las bases del resto de su obra, ya que se trata una historia con un trasfondo adulto y oriental, pero que puede ser disfrutada por un público infantil y occidental. Un discurso ecológico sobre la importancia del medio ambiente (otro tema recurrente en sus películas), en el que el director demuestra su habilidad para emitir un mensaje y narrar una historia sólida, independientemente de los elementos fantásticos que incluya en ésta.

Empezar de atrás para adelante también puede ser un acierto, pues en Se levanta el viento se puede apreciar su obra más madura y que engloba gran parte de los elementos de todo su cine (haciendo especial énfasis en su afán por la aviación). Una despedida nostálgica que se encumbra como una obra que hace que su legado esté siempre intacto y que resume gran parte de su mensaje, además de que se trata probablemente de su obra más “accesible”.

De El viaje de Chihiro nada se tiene que añadir: si uno pretende visualizar el filme más simbólico del director sin adentrarse del todo en su obra, con ver esta película podrá decir que vio al Miyazaki más inspirado, pues en este largometraje el director lleva todo su talento al límite y entrega una muestra de que el cine animado también puede estar empapado de arte. El paso de la niñez a la madurez nunca fue narrado de una manera tan simbólica, y a la vez tan sincera como en esta película, que es de esas historias que ganan más en cada nuevo visionado, debido a la gran cantidad de lecturas e interpretaciones que se pueden obtener de ésta.

Otras alternativas para adentrarse en el cine del animador japonés son los filmes Mi vecino Totoro y El castillo vagabundo. La primera bien podría tratarse de su cinta más familiar, una fábula capaz de despertar la ternura en los corazones de los espectadores más fríos. La segunda se trata de una historia épica, en la que se demostró que el romance también puede ser palpable en las cintas de animación.

Cualquiera que sea el título escogido para adentrarse en la obra de este director, el primer paso es permitir que la imaginación tome la delantera, puesto que sólo así accederemos a la magia de la animación de Miyazaki, donde probablemente encontremos respuestas a aquellos cuestionamientos que en el mundo de carne y hueso, no nos dejaron satisfechos.

Por Víctor López Velarde Santibáñez (@VictorVSant)