Una ecuación es exitosa cuando llega a dar un resultado coherente al enigma que pretende resolver. La presentación de distintas variables se añade a un esquemático procedimiento que habrá de seguirse con rigidez para llegar a la conclusión deseada. La ecuación perfecta es exacta, simple y comprensible, por ende, predecible y segura, pero el cine no es, en esencia, una ciencia exacta. Esto es lo que el cineasta noruego Morten Tyldum (Headhunters, 2011) parece haber obviado en su correcta cinta Código enigma (The Imitation Game, 2014), una de las candidatas más fuertes al premio de la Academia por razones evidentes.

La cinta presenta la historia del reconocido matemático y encubierto homosexual Allan Turing, quién durante la Segunda Guerra Mundial encabezó un equipo encargado de descifrar el patrón con el cual los nazis enviaban mensajes codificados para avisar sobre ataques y estrategias militares. Contando con muchos factores que hacen salivar agresivamente a ese abstracto colectivo conocido como “los miembros de la Academia”, el involucramiento de los poderosos hermanos Weinstein resulta de lo menos sopresivo y de lo más dañino para la cinta.

El afán por entregar una cinta que sea incapaz de desagradar a todo público  parece responder a una necesidad de precisión casi matemática, desvaneciendo ese críptico misterio que hace a una película trascender sus propios límites y convertirse en algo más significativo e importante. El problema aquí es que las decisiones autorales de Tyldum se ven prácticamente desvanecidas en un frenesí de convencionalidad y predictibilidad que sigue el método ya trazado desde hace mucho tiempo para convertirse en un imán de premios, ecuación otrora descubierta por la ramplona Una mente brillante (A Beautiful Mind, 2001) de Ron Howard o el otro “biopic” inglés de prestigio de este año que esta capitalizando listones y medallas, La teoría del todo (The Theory of Everything, 2014) de James Marsh.

Todas las variables están en su lugar y la cinta se mueve con la misma pericia y frialdad que la máquina, prototipo de la computadora, desarrollada por Turing para romper el código nazi. El código enigma no se trata de una cinta mala, en absoluto, pero una cuyos elementos no rebasan la media de ningún estándar, e incluso en las oportunidades que se presentan para perseguir una variable inesperada o ciertamente extraña, particularmente la homosexualidad de Turing, que es desperdiciada y difuminada a fin de evitar cualquier polémica, asfixiada en un incesante cliché.

Afortunadamente, Tyldum cuenta con el solvente desempeño de un muy sólido grupo de actores, encabezado por el flamante actor británico Benedict Cumberbatch, el tremendo porte de Matthew Goode, así como pequeñas intervenciones por parte de Charles Dance (Juego de tronos) y Mark Strong (Sherlock Holmes), simplemente añadiendo peso al factor prestigio con sus presencias. La actuación de Cumberbatch como el acomplejado matemático resulta moderada, sobria y de un perfecto control dramático, ejecutada con aguda precisión, calculando cada movimiento y haciendo de su autista comportamiento, un brusco mecanismo de defensa. Como notable contrapeso, la polarizante actriz Keira Knightley ofrece refrescante emocionalidad y entrañable e inteligente ingenuidad como Joan Clarke, la confidente de Turing. Knightley y Cumberbatch generan una dinámica que se ostenta como tenue alma de una cinta cuya más grande virtud es ser capaz de imitar los métodos impuestos por otras cintas para lograr una operación con un resultado satisfactorio, pero que carece de todo enigma. Lo que se hace llamar críptico pocas veces había sido tan sencillo de descifrar.

Por JJ Negrete (@jjnegretec)

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