‘Cincuenta sombras más oscuras’ y más ridículas

Hollywood está en la búsqueda continua de bestsellers que le signifiquen arcas de ganancias millonarias. Si se trata de exitosos libros que inciten morbo y polémica, hay una lista amplia en la que el erotismo ha provocado mejillas ruborizadas en los lectores por las palabras que despiertan el lado imaginativo, séase la Lolita de Vladimir Nabokov o El amante de Marguerite Duras.

Recientemente, el fenómeno de ventas que representó la saga literaria de Cincuenta sombras de la escritora británica E.L. James, encontró también un nicho propio en el terreno cinematográfico, a pesar del pobre vocabulario y lo absurdo de su historia. Con Cincuenta sombras de Grey (Fifty Shades of Grey, 2015), la realizadora Sam Taylor-Johnson, en compañía de la guionista Kelly Marcel, intentó (sin buenos resultados),  dignificar un poco el material, a pesar de llevar a cuestas la mala calidad de la novela, provocando que las altas dosis de erotismo quedaran como promesas incumplidas.

Después del éxito de la primera parte, las diferencias creativas con E.L James obligaron a Johnson y Marcell a salir de manera estrepitosa de la franquicia. El realizador James Foley y el guionista Niall Leonard tomaron el timón en Cincuenta sombras más oscuras (Fifty Shades Darker, 2017).

Poco tiempo después de que Anastasia (Dakota Johnson) terminara con Christian (Jamie Dornan) por sus prácticas sadomasoquistas, los amantes se reencuentran en una exposición y reinician su relación por la insistencia de éste. Mientras reconstruyen su vínculo, enfrentarán diversos obstáculos que los pondrán a prueba, entre ellos el tormentoso pasado del empresario y el entrometimiento de mujeres indispuestas en aceptar su felicidad.

A pesar de los cambios realizados en los dos elementos principales del equipo técnico, el relato adolece, en una magnitud más severa, de los innumerables problemas de su antecesora. El guion de Niall Leonard busca adaptarse con más apego a la novela de su esposa, la propia E.L James, provocando que la débil narrativa empeore a causa de los numerosos cabos sueltos en su desarrollo, la incongruencia de los sucesos, la nula originalidad y la presencia de casi todos los personajes secundarios como mera decoración en la historia.

La amenaza de Jack (Eric Johnson), el estricto jefe que se obsesiona con Anastasia, pasa desapercibida después de confrontar a la muchacha y las “villanas” que prometen hacer la vida imposible a la protagonista, mujeres inconformes y renuentes en aceptarla como el objeto de afecto de Christian, no generan la sensación de peligro ni de oscuridad en sus motivos, además de desaprovechar enormemente la presencia de Kim Basinger como la “Señora Robinson” que busca separar a la pareja.

El realizador James Foley preserva la estética del filme anterior y busca encontrar la sensualidad necesaria para explotar al relato, pero el soundtrack (lo único rescatable) opaca al mal esforzado erotismo que permanece en un estado gélido, sin provocar ningún tipo de sensación por las abruptas ediciones en los íntimos momentos, afectado también por la falta de química entre Dakota Johnson como la Anastasia que juega a ser independiente y Jamie Dornan como el Christian que busca aplacar sus superfluos demonios para “hacer el romance” que tanto rehuía en un inicio.

A su vez, el enfoque original de la saga, conformado por el sadomasoquismo y sus diversas manifestaciones, casi desaparece por completo para dar paso a un romance superficial, imitado de las páginas de Crepúsculo y provocador de humor involuntario por los excesivos clichés y la insensatez en su representación.

Como resultado, el producto dirigido principalmente a mujeres goza de un erotismo plástico que, en comparación con obras sobresalientes del género como El último tango en París (Ultimo Tango a  Parigi, 1972) o Bajos instintos (Basic Instincts, 1992), son Cincuentas sombras más oscuras, más tontas, más banales y más risibles.

Por Mariana Fernández (@mariana_ferfab)

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